View Colofon
Original text "Thuis" written in NL by Lisa Weeda,
Other translations
Published in edition #2 2019-2023

En casa

Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Lisa Weeda

El molino, el camino al río, el pozo, los caballos, las vacas y el trigo. Los cubos resquebrajados llenos de tomates rojos de sangre, tarros apretados con encurtidos para el invierno. La corriente estrecha del río Séverski Donéts, que engarza todos los campos, aprieta Rusia contra Ucrania, mantiene junto el mapa, como mi bisabuelo Nikolái cosiendo abrigos con hilo y aguja. El viento en los lienzos del molino, las chicas del komsomol en la plaza principal del pueblo. Bailan. Se toman del brazo unas a otras, se mantienen en equilibro al oscilar con el cuerpo hacia los lados y apoyarse con fuerza suficiente contra la tierra. El molino apenas hace ruido, la maquinaria de madera cruje una única vez. Un poco más allá, el bisabuelo Nikolái camina por el campo de trigo. Toma unas espigas entre las manos, separa una parte del tallo, desprende algunos granos y se los mete en la boca. El cereal seco cruje entre sus dientes y saborea la tierra en la que mi abuela se crió: dulce y amarga. Mastica, escucha a los animales, el trigo y el viento. Mira la tierra negra bajo sus pies, tan fértil que toda la Unión Soviética se alimenta con ella y luchará siempre por esta franja de tierra. Lo veo de pie, mi bisabuelo en el campo verde, con el cielo azul claro sobre él.

Cuanto más me acerco al lugar de nacimiento de mi abuela, tanto más claro se vuelve el azul del cielo de su juventud. A cada kilómetro que me alejo de mi tierra natal, los agujeros en el asfalto se vuelven más grandes. La gente introduce largas ramas en ellos, para que no haya accidentes, y de cuando en cuando emerge un girasol solitario. Cada vez cuento más casas derruidas, hasta que con las yemas de los dedos recorro uno a uno los agujeros de bala en la valla del jardín de mi tía abuela Nina. Descubro que ese azul puede ser cualquier cosa: que los ojos azules de mis tías abuelas lo vuelven enojados témpanos de hielo que se aprietan si se habla de política, que es también las cimas de montañas desde las que un glaciar se desliza cuando lloran o blasfeman. Que como los lagos del Cáucaso todo en sus ojos enmudece cuando comemos: una mirada serena y hermosa en la que te sientes segura. Mi bisabuela Anna afirmó una vez que los ojos de todos sus hijas e hijos serían tan azules como el cielo sobre las tierras de cultivo ucranianas. Con cada hijo que nació, tuvo razón. Su primera hija, Anastasia, llegó al mundo con los ojos más azules de todos ellos. Su mirada resaltaba en cada lugar al que la llevaban. Anastasia irradiaba luz, incluso durante los últimos días en su lecho de muerte, cuando un muchacho de Lugansk aún vino a pedir su mano y ni a golpes pudieron arrancarlo de su lado. Entonces mandaron fuera a mi abuela, que era pequeña, porque ver a un muerto cuando se es tan joven no es bueno.

A 2722 kilómetros de los campos donde Nikolái cogió en brazos por primera vez a su hija recién nacida Anastasia, Folkert Jan me sube a su barco. Entre el muelle y la cubierta corre el Beneden-Merwede. Sobre nosotros penden nubes holandesas contra el azul plomizo del cielo, un cielo que nunca llega a sobresalir del paisaje para volverse por completo azul claro, pero que siempre intenta fundirse cabal con todo. Mi piel palpita del calor húmedo holandés, que desde hace días me envuelve el cuerpo como un paño pegajoso. En la cubierta blanca y negra de hierro del Sjouwer I, el calor no hace sino crecer. Folkert Jan mira con los brazos cruzados su barco portacontenedores de 192 metros de eslora y dice:

—Bueno, ya estás aquí, bienvenida. —Tiene el rostro lleno de pecas, su pelo es rojizo y brilla al sol—. Ya sabes que en cuatro días no puedes bajar, ¿eh?—bromea.

Miro al muchacho delgado que más allá limpia la cubierta en un mono de trabajo naranja y al pequeño filipino que acaba de saltar del barco y bebe un café de un vasito de papel en el pantalán de la estación de repostaje. Nos saludamos.

—Este es un barco tranquilo —dice Folkert Jan—, con hombres amables. Tienes esos buques donde la cosa está difícil, donde los hombres son un poco engreídos. En la mayoría no dejan que se quede gente.

Mi madre está en el muelle del canal y, con los brazos en jarras, mira los contenedores, que descansan en cuatro niveles en el casco abierto del barco. Veo su mirada recorrer los contenedores, la veo contando con la cabeza: cuatro de alto, cuatro de ancho, once de largo. Arrastro los pies tras Folkert Jan, yendo al otro lado del barco.


Mi madre y mi abuela nadan en el Séverski Donéts cuando regresan por primera vez a la Madre Patria.

—No es el mismo río—dice mi abuela una vez que ha estado un rato flotando—. Parece también que hubiera menos colinas, como si todo estuviera excavado.

Es el verano de 1973. Luganska es caluroso y polvoriento y la tía Nina ha extendido una tela entre la casa y el cobertizo para que haya sombra. Mi madre apenas habla ruso, pero en la boca de mi abuela ruedan de repente sonidos redondos y ásperos. Un ruso fluido e impecable, algo que mi madre en casa, en Holanda, nunca ha oído tan por extenso. Ahora todo el día está dale que te pego con el ruso. Para mi madre eso significa un interminable empeño de manos y pies que con cada vaso de vodka la van soltando. Noche tras noche, mi abuela y ella tienen que ir de visita a algún sitio para unirse bajo una tela extendida en un enorme jardín a una larga mesa repleta de comida, zumo recién exprimido y vodka. Se sienta entre primos de primos, al lado de chicos y chicas que se llaman a sí mismos hermanos o hermanas, como mi primo Maksim, que no es mi primo, sino mi hermano, una palabra que directamente me da la sensación de que estamos cerca el uno del otro. A mi madre le ponen enormes rodajas de sandía en el plato, tan grandes que puede hundir toda la cara en ellas. El jugo rojo de la sandía es más dulce que en casa y hace que su cuerpo sobrecalentado se refresque. La comida de la mesa es más mantecosa, más sabrosa, los tomates no saben aguados sino a calor y a verano, el vodka es acre y frío. Mi madre desentona en vaqueros; en el transcurso de las semanas empieza a ponerse más vestidos de flores, por lo que poco a poco se va volviendo una con sus sistri y sus tías, con la abuelita Anna, que pela patatas en una silla en el jardín bajo el manzano. Pone las patatas en la sartén y deposita las pieles en el delantal en su regazo. Mi madre se pregunta si alguna vez se pondrá un diente de oro, como sus tías, cuyas dentaduras relucen cuando ríen en la tardía luz crepuscular.


El Sjouwer I zarpa. Mi madre está sola en el embarcadero de la estación de repostaje y me despide, agitando la mano hasta que ya no puede verme, como hace mi abuela cuando me marcho de su habitación en la residencia. Entre nosotras, solemos despedirnos hasta que se dobla la esquina, hasta que no podemos ya vernos la una a la otra. Entre nosotras, se llama a la puerta dos veces para que quede claro: «Buena gente». Dejo el bolso en el camarote y empujo el ventanuco sobre la cama para abrirlo. El agua se desliza silenciosa más arriba. Los ciclistas cruzan los diques, los molinos atrapan el viento y las aspas describen círculos.

—Casi 500 kilómetros más hasta Manheim —dice Edwin en el puente de mando—, y navegamos a unos 10 kilómetros por hora, así que calcula.
En un brazo tiene un tatuaje donde se lee tanto EDWIN como EDMIN, la M y la W están tatuadas una sobre otra. Pasados dos días me contará que esa M fue un error, que durante un tiempo estuvo de moda entre sus amigos tatuarse el nombre en letras góticas. Giraré el antebrazo hacia él para mostrarle el nombre de mi abuela, Александра: Aleksandra. Está escrito con su propia letra.

Edwin presiona un botón. Despacio nos elevamos con el puente de mando, hasta que alcanzamos a ver más allá de los contenedores. Podemos divisar la proa del barco, puedo mirar el río. Pasamos bajo puentes que atravesé cuando era pequeña en el asiento trasero del coche, atravesamos diques por los que pasé en bicicleta con mis padres en verano.

En la popa miro el sol que se hunde poco a poco en dirección al paisaje y deja rayos rojos en el aire, largas marcas de luz en el agua, como manchas de acuarela sobre un papel. La bandera holandesa ondea con el viento, se dobla a veces a la mitad, se estira. Hombres en sillas de pesca nos saludan, parejas de edad dejan de pedalear para observar el barco.

Desde el río todo parece transcurrir a cámara lenta, el tiempo se percibe distinto, la vida adopta otro ritmo. Cuando me abuela navega por aquí, en los últimos días de ocupación de los Países Bajos, ve lo mismo: aun si todo está arruinado en la orilla, en el agua no parece que haya sucedida nada, silenciosa y a salvo. La veo pasar, nos cruzamos, el agua ondula entre el Sjouwer I y su barco, forma espuma en el río. Se ha vuelto menuda, esquelética. Lleva una blusa blanca y una falda de tubo. Tiene los brazos y las piernas morenos, las mejillas rojas. Le da los pañales usados de Peter a Koos, su marido, que cuelga con la barriga fuera del barco. Con una pastilla de jabón restriega él los pañales para lavarlos y golpea con todas sus fuerzas la tela contra el costado del barco. Yo no digo nada, no grito su nombre (Sasha para los íntimos) en las salpicaduras del agua, solo miro. Miro sus manos estrechas, que se deslizan por los cabellos del joven Peter, por sus rizos peinados con grasa, en los que en su juventud pondrá más grasa aún y cuyo aspecto dramatizará al rugir montado en una moto a lo largo del río Merwede; en su mirada, que observa el río tras ella con satisfacción, alivio, y más adelante con un azul limpio y brillante en los ojos, una sonrisita en el rostro. Vamos para casa, le decimos ella y yo al agua. Abandono la popa justo cuando ella desaparece de mi vista, cuando el río describe una curva y la luz de la noche se vuelve azul oscura.

More by Daniela Martín Hidalgo

No quiero ser un perro

ACABAR CON EL MAL DE AMORES, tecleo. Esto tiene que terminar ahora. Veo historias de gente, no quiero historias, quiero soluciones, no compasión. TRANSFORMACIÓN, tecleo. Google dice que se da transformación en las matemáticas y en la genética. Elijo la segunda y hago de ella mi primera elección. Estoy cansada de este cuerpo que ha besado demasiada gente, que quizá esté dañado —me he conducido de manera temeraria, demasiado ocasional; tiene que desaparecer, ser distinto y mejor. Transformación genética. Una cura detox con zumos resplandece en la pantalla. «Transfórmate en una nueva versión de t...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Alma Mathijsen

Pez plano

Floto con la cara en el agua y me mantengo tranquila. Sin prestarle atención a nada, sin poner energía en nada. Solo mantenerse flotando. Respirar lenta, muy lentamente. Burbujitas que me cosquillean en las mejillas al subir y estallar. En el último momento, mi cuerpo se sacudirá, el vientre se me contraerá para obligar a mi boca a abrirse y en ese momento sacaré la cabeza del agua con decisión y calma y tomaré una profunda bocanada de aire. —¡72 segundos! —gritará nadie. Es esta una destreza que no te lleva a ninguna parte en la vida. A lo sumo, más cerca de ti misma. Estoy sentada en ...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Nikki Dekker

La evolución de una muela

47 noches aún El higienista dental me saca el gancho de la boca. —¿Ves? —pregunta casi orgulloso. En el gancho hay una capa de saliva grisácea. —Sale de la bolsa. Una palabra extraña para un hueco entre la encía y la última muela. Una bolsa suena grande, como algo en lo que guardas las llaves, puede que incluso gel hidroalcohólico o un teléfono. Todo lo que hay en mi bolsa son restos de comida triturada de hace meses. No mucho después se nos une el dentista. Me señala la mandíbula en la pantalla del ordenador. La muela del juicio inferior derecha está tumbada, sus raíces apuntan hacia ...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Alma Mathijsen

Cal

Mira, las manchas de cal de la alcachofa de la ducha tardan un tiempo en salir. Ahora que cuelgo aquí con la manguera de la ducha alrededor del cuello, mitad en el pasillo y mitad sobre la escalera, pienso: si todos mis colegas hubieran visto el baño, lo hubieran sabido. Si todos hubieran subido una vez, como Emma aquella tarde, habrían contemplado la alcachofa, abierto y cerrado el grifo, mirado los cristales manchados de cal de la mampara, visto los pelos de la barba de tres días, afeitada con prisa, caídos sobre el lavabo, y sabido: este tío está totalmente por los suelos, debemos salvarlo....
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Lisa Weeda

Preparar un cuerpo

Hay mundos enteros bajo nuestra piel. Al menos, si crees en las ilustraciones. A veces no estoy segura. Me cojo la clavícula. Sobresale si levanto los hombros. Lo hago a menudo. La clavícula es un hueso robusto pero delgado. Podría romperlo. Quizá no con mis propias manos, pero si la golpeo con algo pesado, esa escultura de piedra maciza por ejemplo, entonces seguro. No se necesita mucho para hacerse pedazos. No hay más que atragantarse una vez y ya ha pasado. ¿Dónde quedan colgados en la garganta los nudos que no se deshacen? Más allá de las anginas que se me balancean en la parte de atrás de...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Nikki Dekker
More in ES

Paréntesis

Supongo que ni lo más fiable que tenemos —los sentidos, es decir, lo que vemos, escuchamos, lo que percibimos con el cuerpo— son fiables en situaciones como la muerte de un padre, el nacimiento de un hijo o estar a punto de morir atropellado. Ahora, que ya hemos enterrado a papá, y estoy por fin solo con mis pensamientos, compruebo que ayer, en el tanatorio, igual que treinta años atrás, el tiempo se detuvo. Por unos segundos, sí. Pero ocurrió otra vez. Y supe, al instante, que se trataba del mismo fenómeno que viví de niño.  Aquella noche también estaba con papá.  Ocurrió lo mismo, el tiempo,...
Written in ES by Mariana Torres

Por fin tienes un cuarto para ti solo

Estoy incómodo, pero no me atrevo a moverme para no despertarte. Estiro  la espalda y se me pasa un poco el malestar. Estoy medio sentado en el  borde de la cama, dejando todo el colchón para ti. Tú estás sumido en un  profundo sueño y yo aprovecho para acariciarte el pelo con dulzura. No te  gusta que lo haga cuando estás despierto.  Solía desquitarme en el sofá. Poco antes de que te durmieras, acu nado por un día de juegos y carreras, te ponía a ver los dibujos animados.  Era entonces cuando te llenaba de mimos, que sólo aceptabas por encon trarte en un estado de semi consciencia. Te dejabas...
Translated from PT to ES by Lara Carrión
Written in PT by João Valente

El puente

Todas las estaciones de tren tienen un reloj. A decir verdad, tienen más de  uno. Encima de las taquillas está el principal, y en los andenes los más pe queños: los verdaderamente útiles, porque son cómplices de nuestra pereza  de sacar el móvil del bolsillo o consultar el reloj de pulsera. A los niños les  fascinan estos relojes. Como el segundero no deja de girar, éste acaba  siendo el único momento en que consiguen ver el paso del tiempo. Miran  cómo la manecilla sube y, conforme se vuelve vertical, sus corazones laten  más deprisa y sus ojos se abren como platos. Cuando por fin el minutero...
Translated from PT to ES by Lara Carrión
Written in PT by João Valente

El rotulador

      Al principio, Robert está sentado solo en el sofá, a la izquierda de la mancha que Sven dejó hace un par de meses con un rotulador rojo. Me pregunta cómo estoy, si están abiertas las farmacias y los supermercados, si tengo todo lo que necesito y qué voy a hacer si llega a pasar algo. Estoy bien, están abiertos, lo tengo todo, no va a pasar nada. Todos los días me pregunta lo mismo, todos los días le respondo de la misma manera. Aquí no ocurre nada después de las cinco de la tarde. El objetivo del confinamiento es que no llegue a ocurrir nada, querría añadir, pero sé que no es lo más prud...
Translated from SR to ES by Ivana Palibrk
Written in SR by Jasna Dimitrijević

Preparar un cuerpo

Hay mundos enteros bajo nuestra piel. Al menos, si crees en las ilustraciones. A veces no estoy segura. Me cojo la clavícula. Sobresale si levanto los hombros. Lo hago a menudo. La clavícula es un hueso robusto pero delgado. Podría romperlo. Quizá no con mis propias manos, pero si la golpeo con algo pesado, esa escultura de piedra maciza por ejemplo, entonces seguro. No se necesita mucho para hacerse pedazos. No hay más que atragantarse una vez y ya ha pasado. ¿Dónde quedan colgados en la garganta los nudos que no se deshacen? Más allá de las anginas que se me balancean en la parte de atrás de...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Nikki Dekker

Sin título

Tumbada de espaldas, en el suave confort de las sábanas, con la mirada fija en un punto invisible del techo de la habitación, Carlota se esforzaba por regular la respiración que se mantenía alterada desde que el sueño ansioso que estaba teniendo la despertó. Ya ni se acordaba de lo que estaba soñando realmente, solo recordaba la sensación desesperada de ese despertar abrupto en mitad de la noche. Y desde ese momento intentaba de todas las maneras posibles, pero sin éxito, bajar el ritmo cardiaco. Desistió, echó hacia atrás el cobertor y se levantó de la cama, no sin antes escuchar una queja en...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Patrícia Patriarca