Otra vez me he pasado el día mirando los números iluminados sobre el ascensor. 8… 7… 6…5…4…3…2…1… «Buenos días, señor Seljak». Lo saludo al menos porque yo cumplo con mi deber profesionalmente. Me contesta con su silencio, él también es un profesional. Cuando tengo suerte, en su pétreo rostro se dibuja un surco. Si él está de humor, levanta la ceja derecha como si quisiera decirme: «Ya sé que estás aquí, pero yo tengo pensamientos de director».
Cuántas veces me habré dicho que lo deje en paz. Que puesto que me ignora yo también le voy a contestar ignorándolo. Pero mi madre me enseñó que tengo que comportarme bien con las personas con traje y corbata. Cuando ella estaba en casa. Por lo general, no lo estaba. Tenía que alimentarnos, dónde pues una persona puede encontrar migajas de pan para su familia si no es en Alemania. Desde entonces que me gustan los trenes. Que el tren se me lleve lejos… Cuando me siento en el vagón, estiro las piernas, cruzo los dedos y estiro los brazos y echo miradas por la ventana… y chano chano hacia Múnich.
Cuando oigo los chirridos bajo el vagón sé que estoy al principio y que tardaré en llegar. Está muy bien que nuestros trenes sean antediluvianos y que me recuerden a los tiempos de Francisco José. Me gusta la historia. No me gustan los finales. Me imagino que la resistencia que surge entre las ruedas del tren y los raíles hace saltar chispas. A veces tan fuertes que me llegan a lamer unas terribles llamas. Sabe ser aún peor, puedo tener quemaduras, una vez de grado menor, otra de mayor grado y entonces termino en el hospital, pero allí una persona como yo no quiere estar y de allí ni los guardas de Tito me pueden salvar fácilmente. Quiero viajar. Donde sea, únicamente no entre batas blancas.
El señor Seljak estaba hoy especialmente sombrío. Tal vez su empleada preferida no se lo ha trabajado bien u otra vez algún lobista le dio una tarea imposible que va a hacer, claro, por mucho que se escaquee. Como siempre. Me fascina la seriedad de su cara a la que unas patillas negras perfiladas le dan agudeza. Con el pelo cortado a precisión, que circunda una esmerada calvicie en su cuero cabelludo, y con su mirada desdeñosa no transmite tan solo la sensación de ser una persona severa, sino que transmite además la personificación de una racionalidad a la que nada se le puede escapar de su radar. Esto les encanta seguramente a sus lacayos, pero a la gente de mi condición no nos puede engañar. Nosotros tenemos unas habilidades particulares, clarividentes diríamos, y pillamos fácilmente a gente como este nuestro jefecito. Cuanto más rígida es su cara, más dura es su realidad. Te diré que hay días que puedo ver dentro de él, y hay otros días que no veo más allá de sus marmóreas mejillas. Y cuando me asomo a las entrañas, veo campos de apestoso humus, pero también aquí y allá una pequeña isleta de margaritas, y un poco de lavanda en medio. Ya lo sé que también un velo a veces me tapa la vista porque no quiero ver al jefe de otra manera de cómo lo quiero ver. Pero no tengo que ser misericordioso con él.
Pero qué te estoy hablando de él todo el tiempo cuando tengo un montón de problemas. Hace poco, quise viajar por la ciudad. Tan solo quería pasear del centro hasta Špica, donde el río hace un meandro y da la vuelta hacia el norte, dejar que entren en el oído los cantos de los herrerillos, descansar la vista en el perezoso verdor, y lanzar miradas ahora a ese pez, ahora a ese otro. Un lucio, un salmón, una carpa, un bagre, un alburno, un barbo… No entiendo este deporte. Se ponen en las escaleras de Plečnik y lanzan sus cañas al agua, si es necesario esperan todo el día para coger un ser de escamas, pero después lo vuelven a soltar a la vida. Guardias de la naturaleza se llaman. Yo tengo otros protectores. Al menos así me lo parece, unas veces más; otras, menos. Y de vez en cuando tengo la sensación de que no hay nadie en ningún lado y de que estoy absolutamente solo en todo el mundo.
Ese día me acompañaban, pero yo solo quería ir hasta Špica. Me aseguraban de que yo era a very important person. Claro que lo soy, quién no lo es, todo el mundo es very important, pero yo lo soy de manera particular. ¿A qué otros mortales comunes protegen esos informadores? El fulgor de la luna en el río me aseguró de que me acompañaban en helicóptero, así se envían señales. Cuando pasé cerca de la universidad me acordé de mi viejo. En ese balcón hizo una famosa arenga, no hay libro de historia que no comente de qué manera había amenazado a los que quisieran destruir Yugoslavia.
Seguí adelante y no estaba seguro de si era Žarko o Mišo, o si era uno de esos bastardos de los que mi padre no sabía nada, o sí que lo sabía y hacía como si no lo supiera. ¿Por qué no quiso reconocerme? Mamá me decía que yo lo había visto una sola vez en mi vida. Yo era muy pequeño para ser consciente de su presencia. Apenas hacía unos meses que mojaba los pañales cuando nos vimos por primera y última vez en los juzgados. Me reconoció pero no quiso conocerme más. Pero al menos pagaba la pensión. Supuestamente. Durante un tiempo. Pero no lo culpo. Me habría gustado conocerlo, no solamente por una fotografía en el cementerio del pueblo, sino en realidad. Para sentarnos a una mesa en un bar, beber un Spritzer y charlar, como hacen dos hombres auténticos, según he oído escuchar a los grandes hombres sabios.
No sé si me evitaba porque yo era de otro tipo (a veces me parece que especialmente refinado, y a veces que especialmente podrido), o porque ya tenía muchos otros hijos. Una persona con posición no tiene tiempo para menudencias como puede ser pasar el tiempo con niños desamparados. Pero tampoco sé cuál era su función. Era el presidente del país, el primer comunista entre los comunistas y el primer partisano entre los partisanos o si era tan solo el jefe de un departamento en la fábrica Litostroj, el primer obrero entre los obreros, en los tiempos cuando todavía se sabía qué era la autogestión obrera. Ahora ya sabemos que es algo que hace mucho que no existe, por eso no estamos ya nada seguros si realmente existió, y si nosotros, los pobres proletarios, no sabemos ya qué exigir, y ya no digamos organizarnos y pegar unos buenos azotes en el culo del capitalista. Tenemos demasiado miedo, pero de vez en cuando todavia nos cae un trozo de asado grasiento de la mesa, para unos más grande, para otros más pequeño, y después solo nos atrevemos a hablar de ellos, como nuestro jefe, en el bar.
Ah, qué vas a ponerte en la lucha de clases. Mejor me convierto en un hombre de negocios. Empezaré vendiendo en un mercado de pulgas, terminaré a con una cadena de supermercados e inversiones en los inmuebles, o sacare una lotería. No importa. No sé cómo, pero sé que me haré rico. Entonces, te compraré una casa, y también un yate para que sepas qué es el viento oceánico. Pero ahora págame un café y déjame cinco euros, si los tienes.
Ya te mencioné mis dilemas. Búsqueda de identidad, dirías tu, mientras que en nuestro mundo para ese fenómeno las mentes doctas encuentran una expresión más siniestra. Pero da igual qué palabras utilicemos. Lo importante es que esa ambivalencia a veces escuece mucho, de lo furibunda que es, y entonces desearía tirarme a un lánguido río. Y me encantaría más tirar la mesa, la bicicleta, el teléfono… por qué me voy a ahogar yo, ya que vivir es tan bonito. Especialmente cuando tienes algunos euros en el bolsillo y la gente no se aparta de ti. Pero es algo que no tengo por lo general. El jefe para el que me contrata el señor Seljak, me paga el sueldo mínimo y solo puedo soñar en que me paguen las horas extras, a veces me quita incluso la paga de la comida o el desplazamiento al trabajo. Y sé perfectamente que me ha contratado tan solo porque gracias a esto el Estado le da una subvención. Si tengo suerte recibo un subsidio y entonces el Jefe a cambio exige un porcentaje. La verdad es que yo no salgo nada rentable. Y especialmente cuando me abruma esa maldita pregunta sobre la identidad. Entonces sufre el monedero. Y los ciudadanos me evitan aún más que antes.
Ahora ya sabes algo de mí, soy un tío interesante ¿no es así? Te diré más si quieres. También te voy a hablar del amor. Se pasea por la ciudad. Cuando la veo, unas voces en la cabeza empiezan a cantarme The Girl from Ipanema… La suelo ver cuando pasea con su Sheltie por el Petkovškovo nabrežje. Su manera de andar es una mezcla de erotismo, aplomo y ternura. Su manera de andar ... Cuando pone una pierna delante de la otra, endereza el torso, levanta la cabeza y se dirige hacia el secreto ... Luego la ajustada camiseta se pega a su pecho, su largo cabello castaño se levanta ligeramente y su mirada fija apunta a un punto invisible en la distancia. Cómo me gustaría entrar en este misterio.
Me recuerda a mi gran amor. No por su aspecto externo, sino por los mundos internos que me revela. La gente de mi casta está acostumbrada a dormir en soledad. Pero algunas mujeres encuentran interesante el tema de la identidad. Y les gusta porque soy un tigre en la cama cuando vuelo por encima de las nubes. Española, oh mi bella española, quién sabe por dónde andas ahora. Todavía huelo el cabello ondulado infinitamente largo, el tono marrón de su rostro se me muestra ante mis ojos. Fuimos a Salamanca para compartir nuestras experiencias con asistentes sociales y con nuestros compañeros de sufrimiento. Gracias a un proyecto europeo, por supuesto. Al fin y al cabo, toda la economía depende de esos malditos proyectos. Los hombres de negocios con corbata europeos o nacionales publican un concurso, las organizaciones no gubernamentales luchan por los euros, y a nosotros, locos, refugiados y pobres de todo tipo, nos necesitan solo para firmar un papel para “justificar los fondos”. A cambio hacemos algo, a veces nos llevan a algún lado y nos muestran como los gitanos muestran sus ositos bailarines, aquí y allá hasta nos dan un euro.
No me arrepiento de haber firmado. Eso me llevó hasta María. Y a Salamanca. A veces no sé si amo más a esa mujer o esa ciudad. Mientras me perdía en los laberínticos callejones, sentía como si unos medicamentos se derritieran en mí y entonces yo despertaba a la vida. No me enrollo. Unamuno te lo habría dicho todo. Qué bonito cuando pisaba las piedras que él también había pisado. Pero no te lo voy a explicar todo ahora. Primero tienes que comprometerte a no rechazar mi narración como suele hacer la gente conmigo. Espero que nos podamos sumergir juntos en el pasado para poder aventurarnos en el futuro y descubrir quién soy realmente.
Aprenderás mucho sobre nuestras maravillosas instituciones totales. ¿Alguna vez has oído hablar de Hrastovec? ¿Y de mi camarada Mija? A él lo destruyó la lucha con unos burócratas férreos, con las medicinas y las paredes institucionales. ¿Qué podría haber hecho? ¡Sabes todo lo que pasó! Yo también he tenido que aguantar muchas cosas, pero de alguna manera todavía sigo en pie. Mija y yo somos veteranos. A nosotros nos transformaban a la normalidad todavía según el antiguo sistema, con métodos que no quieres conocer. ¿Has estado alguna vez en Rog? Me encantan esas paredes astilladas de la vieja fábrica, los grafitis en ellas y la gente de todos tipos, pero lo que me gusta más es que el almuerzo es gratis. Ve allí. Cuando entres en el terreno, gira bruscamente a la derecha hacia el espacioso patio, y verás un edificio donde está el centro social. Busca una foto de él en la pared. La pusieron en el lugar más visible.
Sé mucho. No solo sobre mis ideas y las ideas de mis compañeros. Sé perfectamente que esto es lo más interesante de mí, porque el voyeurismo nos rodea por todas partes. Pero mi conocimiento no termina aquí, y también sé algo que no debería saber. Leo. Viajo, metafísica y físicamente. Observo. Reflexiono. Escucho. Recuerdo. No descanso. Me gustaría ser historiador o geógrafo. Podría ser un guía turístico, conozco este país como la palma de mi española. ¿No te lo crees? Mira por la ventana, hacia el norte, donde todavía hay algo de nieve en los picos. Ese hueco entre las montañas es Kamniško sedlo, a la izquierda junto a él está Brana, y a la derecha está Planjava. Incluso un periodista podría ser, sin duda, mejor que la mayoría en ese antro que vigilo. Estoy más al día de las noticias que ellos. ¿Qué puedo hacer durante el horario de oficina si no leer los periódicos? Lo leo todo. Hay muchas cosas que puedo hacer. Pero, ¿qué pasa si sigo construyendo, construyendo y construyendo, y luego lo derribo todo de repente? Como hi hiciera un castillo de arena en la playa, y después tropezara y lo pisoteara.
He destruido muchos castillos de arena, pero otros también me ayudaron a derribarlos. Si la gente no solo me escuchara, y también me oyera, mis posibilidades no serían tan escasas. Sería aún más fácil para mí si el sistema se regulara un poco diferente. Que no fuera creado para la mayoría, sino también para nosotros, los que no servimos para nada. Entonces sería mejor para todos. Pero si quieres lograr algo así, tienes que cambiar tu perspectiva y preguntarte por qué una determinada realidad es generalmente aceptada como real y otra, no. Después de todo, ambas son realidades, tan solo que una es una realidad irreal y la otra realidad es real, ¿o no? ¿Por qué siempre siento que no estoy en el lado adecuado? Me gustaría estarlo, lo intento, pero no lo consigo. El castillo de arena nunca se mantiene en pie.
Esto es solo el comienzo, ya lo verás, mi historia es de película. Cuando el mundo se entere de ella, me llamarán desde Hollywood. O más bien algún Lars von Trier para grabar una secuela de Los idiotas. Bueno, no está tan mal, pero ¿quién no quiere ser un idiota realmente? En algún lugar muy dentro de sí mismo. La locura es la forma más pura del hombre. Pregúntaselo al príncipe Mishkin si no me crees. Cuando me coge por rumiar, me digo a mí mismo que hago lo mismo que otros quieren hacer pero que no se atreven.
Decídete. Rápido. No me queda mucho tiempo.