View Colofon
Original text "Een lichaam opzetten" written in NL by Nikki Dekker,
Other translations
Published in edition #2 2019-2023

Preparar un cuerpo

Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Nikki Dekker

Hay mundos enteros bajo nuestra piel. Al menos, si crees en las ilustraciones. A veces no estoy segura. Me cojo la clavícula. Sobresale si levanto los hombros. Lo hago a menudo. La clavícula es un hueso robusto pero delgado. Podría romperlo. Quizá no con mis propias manos, pero si la golpeo con algo pesado, esa escultura de piedra maciza por ejemplo, entonces seguro. No se necesita mucho para hacerse pedazos. No hay más que atragantarse una vez y ya ha pasado. ¿Dónde quedan colgados en la garganta los nudos que no se deshacen? Más allá de las anginas que se me balancean en la parte de atrás de la boca, no veo nada más.

Estoy tumbada en el sofá, el portátil caliente en la tripa, demasiado caliente en realidad, y veo mis dedos teclear, pero ¿quién dice que sean mis dedos? Si me miro las manos ahora, parecen demasiado alejadas del cuerpo. A un metro y medio de distancia, apostaría. Pero no tengo unos brazos tan largos. Con la mano derecha me toco la ceja. Lo consigo. Un metro y medio, si no es más, salvado así como así. Mi brazo, ¿es de elástico? Y mientras pienso en todas estas cosas, hay otra parte de mí que mira a distancia y dice: «Buf, ya sí que has perdido la chaveta del todo, ¿no crees?».

Mira a tu alrededor y dime otra vez que se trata de un desequilibrio químico en el cerebro. Mira los helechos que se tiñen de marrón y se enroscan en la enésima ola de calor; los abejorros que enferman del insecticida que, tras cuarenta años, sigue en el suelo; los pollos que, en la fábrica, como una atracción de feria, dejamos deslizarse boca abajo en cables; las personas de uniformes blancos que, de manera automática, les cortan el cuello; los que se esconden en sótanos si oyen misiles de nuevo, los que salen a la calle, con pancartas recortadas de cajas viejas: «No olvides nunca que destacaron tanques, helicópteros, soldados y fusiles, no contra criminales de la droga, sino contra su propio pueblo»; la que grita «¡Es mi hija! ¡Mi hija!» al policía blindado, que sigue caminando como si no hubiera escuchado nada.

Entre tanto, el portátil zumba en mi tripa. Desde el golpe de Estado hace tres meses, el ejército de Birmania ha asesinado a más de setecientos civiles. Durante las protestas en Colombia, treinta y siete manifestantes han sido asesinados por la policía en dos semanas. Es 9 de mayo de 2021. En Israel celebran el Día de Jerusalén, lo que conlleva que en la calle griten consignas antiárabes y asalten una mezquita. «Hoy hizo buen tiempo», dice el alcalde de Lampedusa, adonde en un solo día llegan más de 1400 inmigrantes. A través de la pantalla todos entran en mi cuarto de estar. No queda ninguna silla libre. La distancia entre lo que sé y lo que puedo tocar es demasiado grande.


De adolescente vivía en pantalones pastel de poliéster: verde claro, azul claro, rosa claro. En el momento en que empecé a sangrar, tuve que mantener la cabeza fría. El secreto es lo que me hizo mujer. Si se hacía visible, me volvería un monstruo. Revolviendo en los armarios del baño encontré una caja de tampones de mi madre, formato súper. Esos eran los de verdad. No los infantiles minis míos, con su dibujo de flores en el plástico.

—Esos no están pensados para ti —dijo mi madre—. Esos son para mujeres adultas, que ya han tenido hijos.

Ella no entendía que había algo sucio en mí que yo debía esconder costase lo que costase. Empecé a robar los súper, uno cada vez, y a guardarlos para los momentos importantes: la clase de educación física, el campamento de verano, nadar con amigas en la piscina descubierta. No creo que se diera cuenta. Hasta que una vez por la tarde, sentada en el váter, pegué la compresa en las bragas y tiré del cordón. No pasó nada. Di otro tirón. Estaba atascado. Algo dentro de mí estaba bloqueado y ya no quería relajarse.

Mi madre extendió una toalla en las baldosas del suelo. Me tendí bocarriba, las plantas de los pies apoyadas y las rodillas levantadas, muy separadas. Me tumbé allí como ella se había tumbado catorce años atrás, cuando otra persona miraba entre sus piernas para comprobar si mi coronilla era ya visible. Ahora mi nuca se apoyaba fría contra las baldosas grises del suelo. Mi madre me agarró la piel, empujó con suavidad hacia un lado y hacia arriba, pero nada.


Unos minutos más tarde estaba sentada con un pantalón de chándal ancho en el asiento del copiloto de camino al hospital. A cada badén, gemía de dolor. En la sala de espera de Urgencias crucé las piernas. Nadie podía ver lo que sucedía en mí. Hojeaba en la pila revuelta de revistas femeninas. Dietas, ropa, músicos de pop, posturas sexuales.

—¿Señora?

El médico era joven, y guapo, y tenía mucho tacto por la delicada situación en la que me encontraba. Demasiado tacto.

—Me dices si prefieres que venga una doctora —dijo—. ¿Estás segura de que estás lista? ¿Te duele? ¿Paramos un rato?

Solo quería que sacara eso. A veces sigo teniendo esa idea. Que hay algo en mí que debe salir.


—Ayer, con El Gordo en el gimnasio, me dio otra vez esa sensación —dice J Balvin. Para un documental, siguen al artista de reguetón durante una semana—. Y pensé: maldita sea, esa mierda empieza otra vez. Como si no estuvieras. No estás en el cuerpo. Afuera está todo bien, pero en tu cabeza no. ¿Por qué siento toda esa mierda?

Es sincero sobre su juventud, sus demonios y su desinterés total por la política.

—No soy de derechas, no soy de izquierdas, voy derecho para adelante —sin querer se hace eco de una mal afamada política neerlandesa. La política no le interesa, repite. Como si el dolor le surgiera solo en la cabeza y él no lo respirara cuando sale a la calle, donde las baldosas están aún húmedas de los cañones de agua y el sudor de los manifestantes flota en el aire.

«Esquina a esquina, de ahí nos vamos / el mundo es grande, pero lo tengo en mis manos», dice J Balvin. Pongo la música tan alta que no oigo nada más, cierro los ojos y agito la pelvis de delante hacia atrás. Al mediodía, cuando cae la manta gris sobre mis ojos y los animalillos cosquilleantes del tórax empiezan a arañarme, solo hay una manera de sobreponerse: el dem bow. El pun-chin-pun-chin por el que se reconoce el reguetón. El ritmo viene de África hacia Panamá y Puerto Rico, a través de las personas esclavizadas y migrantes, y ahora hombres blancos como J Balvin ganan millones con él. No lo pienses demasiado; es un laberinto de relaciones de poder del que no puedes salir. Antes de que lo sepas, estás otra vez atrapada.

Es como la gripe: mientras estás sano, apenas puedes figurarte cómo es estar enfermo, pero en cuanto estás otra vez agripado, y estás en la cama mareado con fiebre alta y no puedes mover ni un músculo, piensas: ay, joder, sí. Entonces ya no te acuerdas de cómo era que no te doliese nada. La depresión se describe como una niebla, como un chaparrón, como una sensación que se abate sobre ti y eclipsa el resto de emociones. Sí, ese agujero negro. Sí, el vacío. Como si estuvieras sepultado bajo tierra, yacieras en el frío húmedo a la espera de tener la fuerza de desenterrarte a través del césped.


Tengo una taza de café de máquina en la mano, me siento en un escritorio en la segunda fila del aula. A mi lado hay un estuche negro, cerrado con cremallera. Frente a mí, en un periódico desplegado, un topo muerto. Las manos para escarbar le cuelgan fofas sobre el artículo sobre el Banco Europeo.

El proyector se pone en marcha.

—Bien —dice el señor Fox—, para empezar cogéis todos directamente el bisturí y cortáis, con cuidado, desde ese lugar bajo el cuello, en la parte superior del tórax, del todo hacia abajo, hasta el ano. Cuidado: hay que aplicar algo de presión, la piel es dura, pero si se aplica demasiada presión, se abre el vientre, se llega a los intestinos y se hace todo una guarrería.

A través de los guantes de látex percibo lo frío que está el animal, bajo su piel suave. Quiero colocar ahí mi rostro, como hago con mis gatos. Cada vez que avanzo unos milímetros con el bisturí, tengo que esparcir serrín en la herida. Absorbe la humedad; la sangre y la baba.

Aplico demasiada presión, por supuesto. Sajo el peritoneo y sus tripas revientan por la delgada incisión. Ningún problema, simplemente seguir intentando soltarlo. Sacarlo de su chaqueta. Con unas tijeras, soltar las patitas de las caderas. Los huesos suenan como una brida, firme, irrompible, hasta que de repente ceden. Cuando me acerco al cráneo, tengo que coger otra vez las tijeras para soltar con mucho cuidado la piel a lo largo del contorno de los ojos. Hurgo el cerebro con unas pinzas para sacarlo. Miro fijamente el falso techo, intento respirar con tranquilidad. No puedo mirar el pringue rosa claro que mana de la parte de atrás.

A mediodía flota un olor en el aula. No a putrefacción, ni a carne. Tiene algo de aséptico, con una nota de vieja herida. Así es como huele la muerte, pienso para mí, cojo la piel suelta del recipiente de productos químicos y le doy la vuelta. Voy a sentarme en el taburete frente a la pulidora, presiono el pedal con el pie y sujeto el interior del topo contra la rueda abrasiva del cepillo rotatorio.

—Muy bien —dice el señor Fox—. Procura quitar toda esa carne, también en las esquinitas. Fíjate, ahí en las patas; sí, exacto.

Unas semanas después de esa noche en Urgencias tuve que volver al hospital. Tenía una cita con el ginecólogo. Mi himen estaba demasiado apretado. Tendrían que sajarlo, de lo contrario seguiría dándome problemas. Solo me dolió un poco. Después pude elegir un regalo en la juguetería. Escogí un molino de viento rojo, que coloqué en el alféizar frente a la ventana abierta. Durante años le contaba a la gente que me habían desvirgado en el hospital, con unas tijeras. Más fácil, me reía. No tuve que elegir al de verdad que me desgarrase, todo estaba ya arreglado. Clínico y limpio.


Como tantos artistas, J Balvin se ha dividido en dos. Por un lado, la estrella mundial, un artista de éxito, rodeado de mujeres, con la ropa más cara en motos y fuerabordas; y por el otro lado está Jose, un hombre sombrío que a veces no puede levantarse de la cama durante días. No tienen mucho en común. Sus voces suenan igual y están en el mismo cuerpo. En la misma cabeza.


Tampoco es tan fácil matar algo, procurar que se mantenga muerto. Antes de que te des cuenta, vienen los gusanos, se pudre, crece y traspira por ahí. El topo debe parecer como si acabara de arrastrarse fuera de un montículo de tierra, pero estar tan limpio como un muñeco de plástico. Necesita un nuevo interior, de virutas y alambre. Dibujas el contorno a lápiz, para las medidas correctas. El alambre lo empujas con arcilla en el cráneo y entonces aprietas el hilo por el molde. Estiras la piel en torno a él como una funda de almohada apretada. Coses el agujero con hilo dental para cerrarlo. Cuando el animal está totalmente preparado, aseguras con alfileres las partes sueltas: las manos, los pies, la cola. Lo que se reseca, se encoge.

Con la mano, acaricio el pelo aterciopelado de mi topo. «El mundo nos quiere, nos quiere, me quiere a mí». Mi brazo tiene hoy la longitud exacta. Por el auricular en torno al cuello vibra el dem bow. «¿Y dónde está mi gente?».

More by Daniela Martín Hidalgo

No quiero ser un perro

ACABAR CON EL MAL DE AMORES, tecleo. Esto tiene que terminar ahora. Veo historias de gente, no quiero historias, quiero soluciones, no compasión. TRANSFORMACIÓN, tecleo. Google dice que se da transformación en las matemáticas y en la genética. Elijo la segunda y hago de ella mi primera elección. Estoy cansada de este cuerpo que ha besado demasiada gente, que quizá esté dañado —me he conducido de manera temeraria, demasiado ocasional; tiene que desaparecer, ser distinto y mejor. Transformación genética. Una cura detox con zumos resplandece en la pantalla. «Transfórmate en una nueva versión de t...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Alma Mathijsen

En casa

El molino, el camino al río, el pozo, los caballos, las vacas y el trigo. Los cubos resquebrajados llenos de tomates rojos de sangre, tarros apretados con encurtidos para el invierno. La corriente estrecha del río Séverski Donéts, que engarza todos los campos, aprieta Rusia contra Ucrania, mantiene junto el mapa, como mi bisabuelo Nikolái cosiendo abrigos con hilo y aguja. El viento en los lienzos del molino, las chicas del komsomol en la plaza principal del pueblo. Bailan. Se toman del brazo unas a otras, se mantienen en equilibro al oscilar con el cuerpo hacia los lados y apoyarse con fuerza...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Lisa Weeda

Pez plano

Floto con la cara en el agua y me mantengo tranquila. Sin prestarle atención a nada, sin poner energía en nada. Solo mantenerse flotando. Respirar lenta, muy lentamente. Burbujitas que me cosquillean en las mejillas al subir y estallar. En el último momento, mi cuerpo se sacudirá, el vientre se me contraerá para obligar a mi boca a abrirse y en ese momento sacaré la cabeza del agua con decisión y calma y tomaré una profunda bocanada de aire. —¡72 segundos! —gritará nadie. Es esta una destreza que no te lleva a ninguna parte en la vida. A lo sumo, más cerca de ti misma. Estoy sentada en ...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Nikki Dekker

La evolución de una muela

47 noches aún El higienista dental me saca el gancho de la boca. —¿Ves? —pregunta casi orgulloso. En el gancho hay una capa de saliva grisácea. —Sale de la bolsa. Una palabra extraña para un hueco entre la encía y la última muela. Una bolsa suena grande, como algo en lo que guardas las llaves, puede que incluso gel hidroalcohólico o un teléfono. Todo lo que hay en mi bolsa son restos de comida triturada de hace meses. No mucho después se nos une el dentista. Me señala la mandíbula en la pantalla del ordenador. La muela del juicio inferior derecha está tumbada, sus raíces apuntan hacia ...
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Alma Mathijsen

Cal

Mira, las manchas de cal de la alcachofa de la ducha tardan un tiempo en salir. Ahora que cuelgo aquí con la manguera de la ducha alrededor del cuello, mitad en el pasillo y mitad sobre la escalera, pienso: si todos mis colegas hubieran visto el baño, lo hubieran sabido. Si todos hubieran subido una vez, como Emma aquella tarde, habrían contemplado la alcachofa, abierto y cerrado el grifo, mirado los cristales manchados de cal de la mampara, visto los pelos de la barba de tres días, afeitada con prisa, caídos sobre el lavabo, y sabido: este tío está totalmente por los suelos, debemos salvarlo....
Translated from NL to ES by Daniela Martín Hidalgo
Written in NL by Lisa Weeda
More in ES

Jericó

La granja, así la llamaban, se erguía solitaria sobre un altiplano en la cima de una baja colina. Era un caserío de dos plantas, una construcción de madera, rectangular, estrecha y larga. Desde la ventana grande de la planta superior, sentado en la mecedora en el pasillo, Jens observaba el campo que se extendía más allá del río. Sus pequeños ojos negros no dejaban de moverse, escrutando el horizonte envuelto en la oscuridad, atentos a cualquier detalle sospechoso. Elia y Natan estaban sentados en el suelo, a su lado, jugando con coches de juguete oxidados. Se oían los ruidos de la noche —los...
Translated from IT to ES by Inés Sánchez Mesonero
Written in IT by Fabrizio Allione

Bestias todas del campo

Como era habitual, esa mañana se despertó con hambre. Los graznidos de los patos que sobrevolaban el tejado resonaron en las paredes del dormitorio y la niña se incorporó sobre la cama. Los patos habían llegado a casa de su abuela desde lejos, tal vez desde otro continente, agitando las alas. De un día para otro había dejado de ir al colegio y la mandaron allí, con su abuela, que vivía junto a un lago, a kilómetros del pueblo más cercano. A nadie le importaba. Sus padres buscaban intimidad, o estaban trabajando, allá en la ciudad, no estaba claro. De lo que no dudaba era de los temblores de su...
Written in ES by Adriana Murad Konings

Hilos

No empiezo a buscarla conscientemente. Siento una conexión con ella alarmante e inexplicable y su desaparición me desconcierta. Cuando despierto, me pregunto dónde duerme y cómo vive, y sigo pensando en ella, masturbándome con suavidad y sedosidad bajo las sábanas, mientras observo las nubes a través de la ventana abatible. Cuando camino entre los puestos de fruta de nuestro barrio, paso las yemas de los dedos por las naranjas hasta que encuentro una que me recuerde a ella, una con los poros perfectos. Acabé en sus clases de yoga por un persistente dolor de cuello. El fisioterapeuta me recome...
Translated from NL to ES by Carmen Clavero Fernández
Written in NL by Hannah Roels

Medsočje

Diario 21 de agosto       Me llamo Erik Tlomm y este es mi diario. Mi psiquiatra me ha recomendado escribir, parece ser que para recuperarme mejor. Pero ¿a quién debería escribir? ¿A él? ¿A mi mujer, Lina? No va ser a ella a quien precisamente le enseñe mis escritos. Cuando le expresé mis dudas, el psiquiatra me contestó: «Escriba para sí mismo». De manera que me compré un pequeño cuaderno de piel y me encuentro aquí, en el escritorio, para escribirme el diario, por mucho que no pueda librarme de la sensación de que escribo también para otra persona. Pero ¿para quién? 22 de agosto       Voy ...
Translated from SL to ES by Xavier Farré
Written in SL by Mirt Komel

El dilema del paraguas marrón La primera puerta a la derecha Nada

Había una vez, en la realidad, un paraguas marrón. Era ese tipo de paraguas  grande, con mango de madera, debajo del cual caben hasta dos personas.  Vivía en una heladería, en un rincón polvoriento. Dentro, se habían hecho  la casa unas cuantas arañas de patas largas. Una noche..., era una noche de  verano, el paraguas abrió los ojos y decidió: “Me voy”. El problema era que  el paraguas marrón no tenía piernas y no podía irse a ninguna parte por sí  solo. Alguien se lo tenía que llevar.   Al día siguiente, por la mañana, Carl abrió la heladería, como de  costumbre, y se sentó detrás del mostra...
Translated from RO to ES by Corina Oproae
Written in RO by Anna Kalimar

Esmeralda

Esmeralda Velas en vez de lámparas. Baldes en vez de bidés. Abortos accidentales, legales y en abundancia. Era la Edad Media, y otro parto casero tenía lugar. Feliz, nació radiante y se trataba de la primera niña con los ojos azules. La primera vez que nacían en la Tierra, por debajo del cielo celeste, oculares tonos de lo que está por encima, y no por debajo. El primer milagro de la estética, los ojos marrones o negros del reino nunca habían visto nada igual. La mujer salió a la calle. Llevaba hortalizas ecológicas en una mano y a la recién nacida en la otra. Quería llegar a la iglesia par...
Translated from PT to ES by Sara De Albornoz Domínguez
Written in PT by Luis Brito