View Colofon
- "Francamente querida, tanto me faz" translated to PT by Stepanka Lichtblau,
- "Iskreno, ljubica, briga me" translated to SL by Vesna Dragar,
- "Cara, francamente me ne infischio" translated to IT by Elena Zuccolo,
- "Szczerze mówiąc, kochanie, nic mnie to nie obchodzi" translated to PL by Agata Wróbel,
- "Iskreno, draga, baš me briga" translated to SR by Uroš Nikolić,
- "Sincer să fiu, draga mea, mă doare-n cot" translated to RO by Mircea Dan Duță,
- "Frankly, my dear, I don’t give a damn." translated to NL by Annette Manni,
Francamente, querida, me importa un bledo
Cuando Marek me tira a la cama, atraviesa su rostro cierto ademán que, junto a la fuerza con la que me agarra, me causa una total pérdida de orientación, como si nuestra cama en ese momento fuera un alud en el que me ha hundido y yo me olvidara dónde es arriba y dónde abajo. Duran apenas un segundo, la presión de sus manos y la expresión de su cara. Al instante me rescata del alud. Y, a pesar de que me quedo en posición horizontal, es hasta sospechoso lo claro que está dónde es arriba y dónde abajo. Y solo entonces me doy de bruces con ello, solo entonces caigo, aunque, de todos modos, solo a medias, pero me llega como un tiro a la cabeza, como cuando alguien enciende de golpe la luz y aun más de golpe la apaga. Y sabes que has visto algo, pero no estás completamente segura de qué. Algo que al apagar no desaparece, sino que permanece en el lugar, por alguna parte. En vano intentas encontrarlo a tientas y, cuanto más tiempo pasa, más te preguntas: ¿pero había realmente algo? ¿O fue solo una ilusión óptica? Ando a tientas en este fastidioso túnel sin luz al final y en el cerebro no hay forma de que toda la información se organice en un código comprensible. Está cifrado: unos y ceros. Pero ¿qué hago yo con unos y ceros?
Necesito rebobinar. Parar. Hacer zoom. Examinar ese colapso gravitacional de un segundo. La composición de algo extraño en un cuerpo íntimamente familiar. Unos matices que no soy capaz de nombrar porque no se basan en nada concreto, no, ni en ninguna mueca, guiño o nariz fruncida, tampoco en la localización de la presión con las manos, no, nada de eso. Pero algo había. ¡Algo! Sí, algo, y era algo extraño ¿Era algo…? ¿Y si es solo que estoy completamente desubicada…, paranoica, porque ha estado muchos días sin pasar por casa y porque mis sentidos no han conseguido acostumbrarse a su presencia mientras él ya me estaba agarrando excitado?
No sé. Un túnel.
Solo que Marek ya está rodeando mi cabeza con sus antebrazos y su lengua en mi cuello deja un rastro húmedo y caliente y sé que ya es tarde y que queda lejos, que en el espejo retrovisor ya no voy a poder comprobar si lo que hemos atropellado era un gato o un trapo viejo. En lugar de eso, mi cuerpo y mi cabeza simplemente se agarrotan de una forma imprecisa, sin que pueda hacer nada de nada. Bueno, algo sí. Marek frota su entrepierna contra la mía y a través de los pantalones carga contra mi ingle derecha. Me palpa la piel por debajo de la camisa y su ruidosa respiración se ahoga entre mi oreja y la almohada. Y yo pienso en unos y ceros y pienso en esa constelación de hace unos pocos instantes y en si tengo que detenerlo ahora y decirle lo que he visto y he sentido, aunque ni siquiera sé qué era ni si ha tenido lugar, o si es mejor continuar haciendo lo que estamos haciendo. Sigo dándole vueltas mientras levanto automáticamente la pelvis para que le cueste menos quitarme las bragas.
Y entonces se me viene a la cabeza Eliška. Cómo, con media cara escondida detrás de una botella de prosecco, decía:
—Estaba como extraño, no sé… Como si me hubiera acostado con otro.
—No se encontraría bien, ¿no? —dije—. Eso puede pasar, que a veces se tiene la cabeza en otra parte…
La mano de Marek se mete la mía en los calzoncillos.
—No, no quiero decir eso, no es eso. No estaba ausente… Al contrario. —Eliška toma aire y echa mano a la botella para servirse otra copa y dice—: Estaba como fuera de sí. Me mordió un pezón, me dolió un poco. ¿Me había mordido alguna vez un pezón? ¡Yo no lo recuerdo!
—¿Y por qué te molesta? Más bien deberías estar contenta, ¿no? —Intenté quitarle hierro a la situación, pero a Eliška no le hizo ninguna gracia.
—No me importaría… si… si no estuviera tan distinto… No sé…
—A lo mejor vio algo en una peli porno. Y solo quería probarlo.
El cuerpo de Marek se hace más pesado.
—No me entiendes —dijo negando con la mano—. No sé… Simplemente…
Veía cómo Eliška luchaba con sus pensamientos y con las palabras en la punta de la lengua. Pero al final no terminó la frase. Perdió la batalla. Y aunque a mí me había quedado claro qué idea era la que la atormentaba, y a ella le quedó claro que a mí me había quedado claro, no dijo nada en voz alta. Creo que entiendo por qué. A veces las cosas se convierten en realidad solo por decirlas en voz alta.
Marek se zambulle en mí como un pez en el agua. Y en ese momento es él, mi Marek: esta vez lo reconozco con total seguridad. Porque justo en esos momentos me parece siempre bastante vulnerable. Indefenso. Un niño pequeño que necesita esconderse a toda prisa. Está dentro de mí. Por un instante no hace ni un solo movimiento y yo lo estrecho entre los muslos. Estoy medio excitada y medio en el túnel todavía.
Es curioso, no recuerdo haber hablado nunca más con Eliška de este asunto. Ella ya no ha sacado más el tema y yo ya no le he preguntado. Es como si nunca hubiéramos tenido esa conversación. Y puede que, además, en su cabeza sea como si nunca hubiera tenido ese sentimiento raro con su marido.
Me adentro en el túnel, me adentro en la oscuridad, en la más absoluta oscuridad. Delante de mí no hay nada, pero cuando me giro, algo se mueve por ahí. Miro a mi espalda y veo con total claridad una escalera y en ella a Clark Gable. Para ser más precisa, a Rhett Butler, agarrando una maleta que Scarlett O´Hara, sin dejar de lloriquear, pretende arrebatarle de la mano. Difícil decir qué hace aquí en el túnel, pero de la escena me acuerdo perfectamente. Cuando la vi era una niña, probablemente aún no fuera a la escuela. Mamá estaba preparando la comida mientras en la televisión pequeña de encima del frigorífico estaban poniendo Lo que el viento se llevó. Yo estaba jugando o pintando detrás de su vieja máquina de coser mientras miraba fascinada esa escena. Puede que estuvieran discutiendo, pensé, pero no estaba segura. Porque, si estaban discutiendo, discutían de una forma completamente distinta a nuestros padres. Mamá no suplicaba nunca como Scarlett y papá nunca ponía un gesto tan distante como Rhett. No recuerdo qué se decían, no sé si yo entonces le daba algún significado a aquellas palabras, solo me acuerdo de aquella energía rara que sentí. Y también que ella lloraba e iba corriendo detrás de él mientras él la miraba con cierto desdén, con mirada de bribón. No se deshizo de ella con agresividad ni le gritó, solamente se abrió paso con la maleta hacia la salida. Y al final se fue de verdad. Yo me puse inmediatamente a hacer pucheros y a preguntarle a mamá si se había divorciado de ella. Mamá decía que no, que solo se había ido.
—¡Pero se han peleado!
—Es porque lo va a echar de menos.
—¿Y dónde se va entonces?
—¿Adónde se va a ir? Al trabajo.
—¿Y qué llevaba en la maleta?
—¿La maleta? La llevaba porque iba a un viaje de trabajo.
Creo que a mí no me lo parecía mucho, pero al final terminé tragándome lo que me decía mamá. O más bien quería tragármelo. Puede que las personas por su propia naturaleza no tengan ningún problema en engañarse a sí mismas y de forma completamente consciente, desde pequeñitas, solo para no pasarlo mal, para apartar de sus cabezas toda inquietud.
La cabeza y el tronco de Marek se levantan un poco cuando se incorpora hacia mí. Me dice que me dé la vuelta. Lo observo intentando averiguar si me lo ha dicho como mi Marek, al que conozco, o como el Marek que hasta hace no tanto, quizá ayer, se estaba tirando a otra. ¿Y si no quiere mirarme a la cara para imaginarse a otra? Marek lo repite y yo me pongo a cuatro patas para que me lo haga en esa posición.
Puede que en el túnel me haya topado con Rhett Butler y con la mentira descarada de mi madre precisamente porque Marek ha vuelto a casa después de varias semanas. Pero lo dudo. No, porque Rhett no está ahí con su maleta, porque no está bajando por la escalera frente a mí, porque no me está mirando a mí con esa cara de bribón… Tiene que ser otra cosa, porque mi historia de Lo que el viento se llevó, o más bien la de mi madre, no termina aquí en absoluto. Unos trece años después, ya estaba a punto de terminar el instituto, tuve que elaborar con mis compañeros un proyecto sobre la guerra civil estadounidense. Era difícil no usar como referencia un libro y una película que, por otra parte, no había visto desde mis, calculo, cinco años, y que sabía que ya no iba a volver a ver nunca más. Y fue una compañera de clase la que mencionó que, en cualquier caso, lo que realmente pasó a la historia fue la última frase de Rhett Butler. Yo, por supuesto, no sabía de qué estaba hablando.
—Pues ella está ahí suplicando y le pide que no la abandone, y luego le dice: «¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Cómo voy a vivir así?» O algo así… Y él va, la mira, y le dice: «Francamente, querida, me importa un bledo».
—Espera, espera —le digo yo—, ¿cómo que no la deje? Si él solo se va al trabajo…
La compañera me miró como a una idiota.
—Pero… ¿qué trabajo?
La mano derecha de Marek me agarra una teta mientras la izquierda me tumba de lado.
A qué trabajo iba a ser. Me encogí de hombros y ya quería sacar lo del viaje de trabajo, que por eso llevaba una maleta, pero, por fortuna, lo comprendí todo antes de pronunciarlo en voz alta. ¡Qué tontería! Me puse a llorar. Mi compañera de clase no entendía nada; no la culpo. Entonces ya había muerto mi madre, así que no podía preguntarle por esa mentira, y es algo que le reprocho. Tal vez podría haberlo superado como una persona adulta, convenciéndome de que mi madre únicamente se compadeció de mí, que no quería que me diera pena. Solo que no he sido capaz de verlo así en absoluto. Puede que no fuera por mí, sino solo por su tranquilidad, porque sabía que si confirmaba mis temores, podría haberme pasado lloriqueando el día entero perfectamente, que era justo lo que me ocurría con las películas. Puede que no me dijera la verdad sin rodeos porque quería terminar de preparar con calma la salsa de tomate y no tener que estar limpiándome los mocos. ¡Pero no se daba cuenta de las consecuencias! ¡Yo podría haber pasado el resto de mis días totalmente equivocada! ¡Y sería solo por su culpa! Porque mi intuición ya me permitía atisbar por aquel entonces cuál era la verdad. Solo que yo, por el contrario, me dejaba engañar. Estafar. ¡Y, luego, después de tantos años, de repente, sale a la superficie la verdad! Pero ¡¿y qué hago yo ahora con ella?! ¡¿Qué hago con la verdad?! ¡¿De qué me vale?! Unos y ceros.
Ojalá no hubiera hecho nunca ese proyecto para la escuela.
Sobre los riñones, me gotea el sudor de Marek. Funcionamos como una máquina perfectamente puesta a punto. Vuelvo la cabeza sobre los hombros, quiero mirarlo. Capta mi mirada y me agarra con más fuerza el culo con las dos manos. Vuelvo a girar la cabeza hacia delante. Se aceleran los movimientos de Marek. Después se detienen.
Un suspiro de alivio suena a mi espalda.
Cesa la presión de sus manos y yo me tumbo boca abajo. Marek se tumba sobre mí.
Jadea. Jadeo.
Veo de nuevo a Rhett Butler, de pie en la puerta con la maleta en la mano. Me sonríe. Le despido con la mano. Se va de viaje de trabajo.