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Original text "Portasarlumea" written in RO by Cătălin Pavel,
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Published in edition #1 2017-2019

Ni un instante Portasar

Translated from RO to ES by Corina Oproae
Written in RO by Cătălin Pavel

Allí Lucas es tan veloz que, si corre, las imágenes nuevas apenas si llegan a  tiempo de remplazar a las antiguas. El viento sopla silenciosamente pero  con eficacia, fricciones mínimas. Los huertos están rodeados de bosque  y dentro del bosque, a través del procedimiento del paseo, Lucas ha  encontrado un tilo muy grande, con las hojas blanquecinas por la parte  de atrás, con un hueco muy grande en la base. Dentro había arena seca y  sábanas para poder dormir cuando llueve y un frasco de mermelada. Allí  Lucas no echa nunca en falta números para sumar, multiplicar y dividir y  al final puede recuperar los números originales del resultado y hacer otra  cosa con ellos como si fueran nuevos. Cuando da la casualidad de que un  gato cae desde arriba encima de Lucas, en la caída, el gato retira sus garras  dentro de una especie de vaina de piel y por encima coloca una tapa. Lucas  vuelve a respirar y Portasar le trae al alcance todo el aire necesario, dejando  preparada en el borde una nueva bocanada de aire fresco como si de un  trocito de pastel se tratase. ¿Qué otra cosa se podría decir de Portasar? Todo sucede lentamente. Todo es bueno en contenido y bello en forma.  De tanto en tanto, un aldeano encuentra a Lucas totalmente helado y con  los ojos en blanco, se lo lleva dentro de casa y te lo envuelve en una manta  con muchas hojas y flores bordadas, tres mil ciento veinticinco hojas por  cada flor, y le hace friegas junto con la familia y unos cuantos amigos que  están de visita por lo del tractor, a uno de los cuales se le ha metido entre  ceja y ceja echarle unas gotas de aguardiente en la boca a Lucas y, como  la mujer del aldeano no está de acuerdo, le hace echar un buen trago a  Lucas cuando la mujer no está delante y Lucas se mueve y dice: un poco  más, tío. Sobre todas las colinas de alrededor, Lucas tiene la autoridad de  hecho y de derecho. Antes la tenía el aldeano, pero ahora es de Lucas. Ya  no puede venir nadie a coger azahar a montones, así, cuando le da la gana  y haciendo ruido. 
El resto del tiempo es imposible encontrar e identificar a Lucas. Está en  Portasar, tumbado en la arena y cada grano de arena es enormemente  grande y coloreado. La fuente de esta arena son los troncos de olivo y de  naranjo que flotan desde hace años y años en el agua, hasta que llegan a  desmenuzarse. Un aire más fuerte, más ajetreado se levanta del agua como la pintura de una pieza en el Baño de Acetona. Lucas seguía con la mirada  aquel aire que iba de acá para allá hasta que se mezclaba por completo con  el aire caliente de la boca de los animales y con el aire que salía rápidamen te de las hojas y lentamente de las calizas y de las brechas. Por eso tenía un  mapa de seda que guardaba doblado en el seno. Teniendo en cuenta que  ese mapa había sido pensado para que nada pudiera afectarlo si lo arruga ban y si luego lo volvían a abrir, Lucas lo arrugaba cada día y lo dejaba así horas y horas y luego lo desplegaba en perfecto silencio. La ventaja de la  seda en tiempos de guerra era ésta, que el piloto durante el vuelo, cuando  quería orientarse, o quizás durante un concierto, podía deshacerse de él  sin hacer ruido y sin atraer la atención del enemigo. Para emergencias, Lu cas tenía bien escondidos en algún lugar dos viales de aceite de oliva. Esta substancia de acción inmediata, tirada al agua, podía, entre otras cosas,  calmar un mar embravecido, y tenía un efecto similar cuando se echa en  la ensalada. Durante toda la historia de la humanidad, en la medida en  que ésta era visible desde el punto en el cual Lucas se hallaba, no se había  registrado todavía ninguna alergia al aceite de oliva. Una alergia era una función logarítmica que se había vuelto exponencial. En realidad, Lucas  no duerme, sino que cuenta. Alguien le había aconsejado que en caso de  no poder dormir, contara para sí mismo y así le entraría sueño. Pero el  hecho de contar se volvía tan interesante que Lucas contaba horas y horas,  aplazando el acto de dormirse todo lo que podía y cuando sentía que ya  no podía vencer el sueño, se levantaba de la cama y corría de aquí para allá  por la habitación mientras hacía ejercicios de calentamiento. A veces hay  abejas dentro de la fortaleza. Primero Lucas les habla bien. Si fingen que  están durmiendo sobre una piedra o la cola se les ha quedado enganchada  dentro de la flor y ya no pueden salir para hablar con él, Lucas se ve obliga do a recordarles oficialmente que solamente él puede disponer el acuarte lamiento dentro de ese espacio, y que no tiene intención de desmembrar  el derecho de propiedad y en ninguno de los casos, el usufructo, es decir,  les aclara Lucas, cuando otro te deja comer sus flores. La abeja se queda  mirándolo atónita, mientras sigue masticando un grano de polen, del  cual un pizca se le había esparcido por la barbilla y por la espalda. Cada  vez más incómodo, Lucas enumera los medios de coerción que tiene a su  disposición, entre los cuales cuenta con la fumigación y la maldición. De  repente observa un mravenets que cruza la piedra seca llevando una migaja  dura. Al explicarle la situación también a él, con los mismos argumentos,  éste, infinitamente más racional, deja la migaja en el suelo y continúa su  camino murmurando disculpas.  
Lucas continúa su visita. Cada semana, una vuelta entera al reino, desde  arriba en el castillo y hasta el mar, desde los naranjos hasta los olivos,  asegurándose de que los topos tienen doble papada y de que los pájaros si guen esbeltos. Durante el fin de portasarsemana, Lucas come alguna cosa  en el huerto, frugalmente y nunca a menudo, porque así es menester. Está tumbado de espaldas con los brazos abiertos y su altura es exactamente la  distancia entre las puntas de los dedos de la mano izquierda y las puntas  de los dedos de la mano derecha. Por encima de él, un naranjo intenta hacer que le salga el mismo truco desarrollando una corona fractal que  sin embargo se desvía en dos de sus hojas de un conjunto de Mandelbrot.  Lucas se levanta y arranca las dos hojas, luego se vuelve a tumbar donde  estaba, contento de haber dejado este mundo un poquito mejor de como  lo había encontrado. Abajo, al lado del agua, hace un tiempo veraniego. Lucas va ahí a calentarse los huesos, después de una vida de trabajo y, al  girarse, se da de bruces con una concha perfectamente formada, de menos  de un milímetro de diámetro, cuya presencia en la playa pedregosa es una  nueva señal de Arriba del Todo. A lo lejos, un halcón planea lentamente  y mira abajo hacia él, Lucas ve sus ojos algo tristones, los carrillos ligera mente colganderos. Los tilos rescatan el polen de las garras de las flores,  haciéndolo todo polvo. ¿Cuánto poder le queda todavía a Portasar? Lucas  mira alrededor. ¡Un poder infinito! Lucas se ríe de su propia broma, de su  preocupación fingida, y sigue balanceándose. El brillo del agua lo alcanza,  igual que las montañas puntiagudas, que los senderos con grietas de linda  traza. Un diente de león explota con furia, sin ninguna razón, y sus semi llas se esparcen buscando sin prisa la vida eterna, llevadas por pequeños  paraguas de pelusa vueltos del revés. Lucas las va buscando durante un  rato, encuentra el ochenta por ciento en el veinte por ciento del tiempo,  empleando luego el ochenta por ciento del tiempo para encontrar el otro veinte por ciento. Las vuelve a colocar con esmero dentro de la cúpula  geodésica del diente de león. Mirándolo un poco más, Lucas se percata de  repente de que, si quiere, puede vivir incluso dentro del diente de león.  Esto es posible en Portasar. ¿Qué debería hacer: al diente de león muy  grande, o a Lucas muy pequeño? ¡Cualquiera de las dos cosas! Dentro Lu cas cerraría y abriría las ventanas blanquecinas que darían hacia la hierba  amarilla, hacia las nubes. Cuando lloviese, el diente de león se aplastaría  un poquito, por el ruido. Al final, tras un momento de silencio, la mano  de Lucas se podría ver saliendo por una de estas ventanas, girando hacia  un lado o hacia el otro para comprobar si todavía está lloviendo. Lucas  no sale cuando llueve, no por no mojarse, sino porque quiere homenajear  a la lluvia. Lucas mira los tallos de menta, uno de los cuales se balancea  levemente, y no puede ser por culpa del viento sino porque debe de haber  alguien apoyado en la raíz, temblando. Lucas se agacha un poco y ve ahí  un ratoncito de campo al que le late fuerte el corazón. Por curiosidad el  chico le cuenta los latidos del corazón y constata que el ratón tiene un  pulso de cuatrocientos cuarenta, aunque no tenga ningún tipo de amena za, solamente por la responsabilidad de estar vivo.  
¡Portasar! Los domingos son tan tranquilos que uno se sube encima de  la casa y se queda ahí en el tejado a dos aguas sin resbalarse hacia ninguna de las dos partes. Mire hacia donde mire, ve hasta muy lejos, hasta las  balsas, hasta los campos de tabaco, hasta los muros de los cuales crece  torcido algún agave. ¿Pero qué ve Lucas?) ¿no serán hombres que avanzan  apresurados, y sin el menor titubeo? Sí, son la Familia, vienen de visita,  no pueden quedarse mucho tiempo, sino el suficiente para que Lucas los  cuente y se asegure de que no han disminuido. Vienen a traerle muchos  regalos y a jugar con él tanto a juegos antiguos y sencillos, como tam bién a juegos exóticos, complicados, que aburren rápidamente. Lucas  no puede decir exactamente quién es esa gente, porque sus nombres se  han ido mezclando y ya no se puede distinguir la madre del padre, la  hermana del hermano, Voinea de Aida. Con una celeridad inimaginable,  la Familia coge a Lucas, lo lava, lo viste y lo llena de amor como se hincha  un neumático de bicicleta con la bomba. Antes de que él se percate del  todo, ya lo han acariciado y lo han llenado de besos en las mejillas, en los  ojos, algunos de los hombres tienen barba y bigote que casi le perforan  los párpados, las mujeres le rozan la cara con la suya como si fuera una  sábana de seda bordada. Algunos no se atreven a irse y lo vuelven a abrazar  con fuerza diciendo algo que Lucas no consigue entender, deseando una  coordinación superior en términos de lenguaje de parte de estos familia res. Uno a uno, los invitados de Lucas vacían sus bolsas del revés y de ahí  caen regalos y juguetes y Kunstformen der Natur con todos los dibujos de  Haeckel y tortas que no tienen la mejor cara pero cuando uno la prueba,  coge una silla y se come toda la bandeja. Luego, cuando Lucas apenas ha  tenido tiempo de calentarse un poco los huesos con el calor de estos seres  de los cuales él mismo proviene, ellos se preparan para marcharse, sin dar  ninguna explicación, todos los rostros se vuelven y miran el camino por  donde vinieron y avanzan hasta allí en silencio, dejando detrás de sí una  franja de niebla. La superficie del lago es inmóvil y nítida, como gouache,  ni siquiera parece agua. Donde Lucas mira, se amontonan también los ár boles, para que Lucas vea algo bonito. Él observa avispado y con atención  todas las hojas para evitar malentendidos o reclamaciones posteriores.  Lucas baja por un camino de tierra, bordeado por cipreses que esconden  un paisaje provenzal donde se ha extraviado una iglesia con un campana rio flamenco. Una abeja bien cargada electrostáticamente entra dentro de  una flor, atrayendo todo el polen sobre ella y perdiendo por un instante su  discernimiento. Aquí y allá hay algún pozo, uno más hondo, con el agua  más fría, otro menos hondo, con el agua menos fría, y así van alternando.  En el silencio de la tarde se esparce de repente, como gotas de lluvia sobre  el empedrado, el tañido de las campanas de vidrio, que llega desde campa narios que Lucas ve, pero también desde algunos que no ve. Lucas anda  de aquí para allá, vestido con un abrigo de piel de armiño, y señala con  el dedo cuál es la campana que ha de tocar seguidamente y cuál es la que ha de hacerse trizas sobre el suelo de mármol recortado. Con una escoba  especial, Lucas recoge los trozos y se los mete en el bolsillo, luego coge el  último trozo con la punta del dedo y se lo pone sobre la lengua. Ahora  puede seguir su ronda. Todo lo que Lucas hace forma parte de esta ronda.  Su actividad principal es la toma de conciencia. Aunque dicha actividad podría no ser suya, sino del reino entero. Un escarabajo de la patata está  masticando abstraído una hoja mientras escucha música clásica con los  auriculares, cuando de repente, un pájaro lo ataca pensando que es su pa riente cercano, el falso escarabajo, y le hace caerse desde el décimo piso de  la planta. Lucas lo mete dentro de una cajita de madera de encina, hecha  a medida, donde el escarabajo esperará sin que ningún grano de polen de  flor de tomatera de sus patitas (donde llegó a causa de otro accidente casi  increíble) se oxide, sin que ninguna de sus diez líneas marrones de sus  élitros amarillos pierda su cegadora brillantez. Amontonadas sobre líneas  de fuerza como los racimos de uva sobre una pérgola, las cosas del mundo  echan a correr hasta el horizonte y vuelven en un santiamén. Todo es fácil;  si hay un hormiguero en medio del camino, se prohíbe la circulación por  ese camino durante una temporada, si la bicicleta taxi se ha oxidado en  un punto determinado, ese punto se limpia y se le aplica una protección.  Lucas mira a lo lejos sumando todas las cosas, cada vez más pequeñas, y  esa suma converge, como una espléndida función zeta de Riemann, hacia  el valor desconocido, impronunciable del portasarmundo.

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