DEDO PULGAR
Aunque estés en la planta doce, te llega el ruido de la obra. Lavas los platos. Has salido rodando de la cama, te has puesto unos calzoncillos y, con el pecho al descubierto y sin calcetines, has empezado a fregar la pila de platos. Como el agua caliente tarda en salir, has olvidado abrir el grifo de agua fría, por lo que ahora sale el agua demasiado caliente, y te hace daño en las manos. Al sacarlas del agua, se ponen rojo chillón.
El fregadero está hasta arriba de platos sucios. En el suelo de la cocina hay más ollas, bandejas de cristal para el horno y pilas de platos con restos de cuajada en los bordes. El suelo de la cocina no está cubierto de li nóleo ni de baldosas, todo está colocado directamente sobre el hormigón visto. Oyes el crujido de los granos de hormigón bajo el vidrio al empujar hacia ti con los pies descalzos una bandeja sucia de cristal para el horno.
Lavas un gran cuchillo de cocina. Doblas el estropajo rosa alrededor del filo cortante y mueves el cuchillo de un lado a otro con la mano, prote gida por el estropajo.
De pronto, el cuchillo comienza a agitarse. Te sobresaltas, sueltas el estropajo y sacas la mano del agua. El cuchillo continúa dando vueltas, como un atún atrapado que intenta salir de una red de pesca, presa del pánico. Se agita tanto que el agua del fregadero salpica con fuerza. Se te mojan el pecho y los calzoncillos. Unas gotas alcanzan tus labios. Notas el falso sabor de limón del lavavajillas en tu boca. El cuchillo brillante refleja la luz del techo de la cocina como una larga línea amarilla a lo largo de su filo cortante. La línea destella bajo el agua mientras el cuchillo busca, presa del pánico, una vía de escape entre las cuatro paredes de acero inoxidable.
Ves que es tu propia mano izquierda la causante de esa agitación sal vaje del cuchillo. Lo sueltas. El agua vuelve a calmarse. En el fondo del fre gadero, el cuchillo está jadeando.
Tiras de la cadenilla del tapón y el agua sale del fregadero. Cuando te paras a pensar que el agua sucia desciende doce pisos en una tubería que después hace una curva de noventa grados, casi rompes a llorar.
DEDO ÍNDICE
Estás frente al váter blanco con la puerta abierta a tus espaldas. Con la mano izquierda te agarras el vello púbico en gruesos mechones. Te lo enre das en el dedo y lo recortas con las tijeras de cocina. Hoy eres un chico. Echas las capas de vello por el váter. Permanecen flotando. Tiras de la cadena. Todo el vello desaparece. El resto del día te escuecen las partes.
DEDO CORAZÓN
Lees en la biblia la historia de cuando Jesús tenía dolor de muelas. Sentado con sus apóstoles en un huerto lleno de limones maduros, Jesús está disfrutando de una tarta de frutas, pero a cada bocado se contrae de dolor. Los apóstoles ven sufrir a su gran jefe y le proponen todo tipo de remedios. Pedro envía a su sherpa a lo alto de la montaña para coger hojas de coca, y cuando el sherpa regresa con una bolsa de plástico llena, Pedro intenta in troducir disimuladamente la coca entre los trozos de tarta de Jesús. Lucas saca de entre los pliegues de su toga una botella de cerveza fermentada y tira de los pelos de Jesús para inclinarle la cabeza y regarle la boca. Con una sonrisa blanda como la mantequilla resiste Cristo a todos los esfuerzos cu rativos de sus discípulos. De pronto, se agacha y coge una piedra negra del suelo. Se mete la piedra en la boca. La coloca en el sitio correcto con ayuda de la lengua y abre la boca de par en par. Un agujero negro con una lengua roja delante y una hilera de muelas despuntadas detrás. Después, con un enérgico golpe que llega a todos los rincones de Israel, Jesús vuelve a cerrar la mandíbula. Por supuesto, Lucas, Pedro, Marcos, Juan y el resto de após toles se pegan un susto de muerte, pero Jesús se lleva la mano a la boca y escupe en ella. En la mano se encuentran cuatro muelas blancas y la piedra negra. Con el dedo índice, Jesús excava cinco hoyos en la tierra del huerto de limones. En cada hoyo planta una de las muelas y, en el último, la piedra. Un año después emerge un albaricoquero de la primera muela y de la se gunda, un cerezo silvestre. De la tercera nace un sauce llorón y de la cuarta, un ciprés. De la piedra crece un castaño muchos años después. Detrás de cada hoja en forma de mano brota una nueva piedra negra dentro de una espinosa cáscara.
DEDO ANULAR
El apóstol Johnny se te acercó anoche. Soñabas con un paso de cebra con un semáforo al otro lado. En este lado solo estabas tú, en el otro había miles de personas. Cuando el semáforo se puso en verde, tanto tú como las miles de personas empezasteis a caminar. Cuando caminaron hacia ti exclama ron: «¡Uaa! ¡Ua-ua-ua! ¡Uaa!» Algunos de ellos incluso gritaron un «uaaa» prolongado mientras se daban golpes en el pecho. Era horripilante.
De repente, el apóstol Johnny se puso en cabeza. Llevaba una camisa de color azul claro, un pantalón del mismo color y unos zapatos blancos. Tenía una amplia sonrisa, la boca abierta, y sus cejas negras se curvaban como arcos del triunfo sobre los ojos. En cuanto te alcanzó en medio de la calle, sacó un cuchillo de la parte trasera de su cinturón y cortó con él uno de tus dos gruesos pechos. Con tu pecho en la mano se giró de forma ele gante, con el brazo en alto. Del corte brotaron innumerables diamantes que se rociaron sobre la muchedumbre.
Después sobrevoló la escena una gaviota. Sus plumas eran imper meables, porque estaban totalmente impregnadas de grasa. Tenía una piedra negra en su afilado pico amarillo.
DEDO MEÑIQUE
Esta tarde alguien ha deslizado un sobre con billetes en tu buzón. Has visto cómo ocurría. Una sombra curvada avanzando lentamente por la galería tras el vidrio esmerilado. El levantamiento de la tapa, la aparición de uno de los cuatro extremos blancos, la caída del sobre encima del felpudo áspero y marrón. La sombra desapareció y no tienes ni idea de quién pudo ser.
DEDO MEÑIQUE
Una planta doce es espantosamente alta. A veces te resulta muy difícil per manecer aquí, tan alto. De vez en cuando pones el termostato al máximo, esperas a que la casa esté lo más caliente y seca posible, te desvistes y apoyas
el cuerpo desnudo contra la gran ventana. Sientes el frío agradable de la ventana en la mejilla, en el torso, en el vientre y en los muslos. Las nalgas también quieren enfriarse, pero deben esperar un poco. Sientes las luces
amarillas y regadas por la lluvia de toda la ciudad fluir a través de tu cuerpo desnudo.
DEDO ANULAR
Vino a visitarte un señor. Se presentó como Amir, Amir de la cooperativa para la construcción de viviendas. ¿Por qué Amir se había disfrazado de payaso? Amir te dijo con asombro que no estaba disfrazado de payaso, ni mucho menos. Sólo le pudiste dar la razón.
Amir vino a entregarte en mano una carta que decía que eras el único inquilino que quedaba en el edificio de apartamentos, y que el ayun tamiento y la cooperativa habían acordado que debías abandonar el in mueble en un plazo de dos meses. Tú le dijiste a Amir que no podía ser. Amir te preguntó que por qué no podía ser. Tú respondiste que no había derecho. Amir dijo que según él sí que había derecho. Después, Amir in tentó dibujar una sonrisa tan blanda como la mantequilla como la de Jesús en el huerto de limones. Solo lo logró a medias. Una mitad del rostro de Amir se hizo mantequilla y la otra, acero inoxidable. Se lo dijiste. En tu cabeza dijiste eso, pero en realidad exclamaste: «¡Ua! ¡Ua-ua-ua! ¡Uaa!», tras lo cual la cara de Amir se nubló. Amir recogió sus cosas y se apresuró hacia la puerta principal. Dejó la puerta principal con el vidrio esmerilado abierto de par en par.
Ahora que afuera ha oscurecido, se han encendido las luces de la ga lería.
DEDO CORAZÓN
En medio del Océano Índico, entre Tailandia y la India, se encuentra una isla del tamaño de Manhattan completamente cubierta de una impenetra ble selva de color verde intenso. En las vistas aéreas pueden distinguirse tres pequeños lagos en las profundidades de la selva. La playa de arena blanca rodea el bosque como una muralla. El dosel de hojas de los árboles hace que sólo se pueda adivinar lo que sucede en la isla.
Esta isla se llama Sentinel del Norte. Es el lugar de residencia del último grupo de personas de la esfera terrestre que vive completamente ais lado del resto del mundo. El Gobierno indio, administrador de la isla, ha prohibido de forma estricta el contacto con la tribu que la habita. Desde que en 1996 entró en vigor esta prohibición, solo ha tenido lugar un en cuentro entre sentineleses y la civilización moderna. Dos hombres que pes caban de manera ilegal en las aguas de alrededor de Sentinel del Norte se quedaron dormidos y llegaron con su barco hasta aguas superficiales en las proximidades de la isla. Cuando un grupo de sentineleses armado con arcos y flechas descubrió a los pescadores, éstos fueron acosados, captura dos y asesinados.
Tan sólo un puñado de no sentineleses ha pisado el bosque de Sentinel del Norte. La única vez que una expedición entró fue en enero de 1880. Un grupo de aventureros británicos, bajo la dirección del capitán Maurice Vidal Portman, encontró un sistema de caminos entre la densa ve getación y, al seguirlos, acabó en un pueblo. El pueblo estaba deshabitado. Los cuchillos y ollas abandonados indicaban que los habitantes se habían marchado a toda prisa. En el centro del pueblo, la expedición encontró una pila enorme de carbón vegetal, ceniza y troncos carbonizados. Aún había brasas. La pila era tan grande que el capitán Portman sospechó que ese fuego había estado ardiendo durante décadas. Puesto que no encontraron en ninguna parte del pueblo piedras ni arcos para encender fuego, Portman concluyó que se había ocasionado de forma fortuita por la caída de un rayo, manteniéndose después durante generaciones. Ahora las grandes llamas se habían apagado.
Todavía no ha habido ningún sentinelés que haya intentado salir de la isla. Los sentineleses permanecen escondidos entre las hojas de la verde selva. Las olas alcanzan la playa de arena blanca de forma pausada. Si te sientas tranquilamente en una silla, cierras los ojos y piensas en los sentine leses, puedes estar seguro de que están vivos, en ese mismo momento, en su isla. Esperando a los rayos y sin tener ni la más remota idea de que existes.
DEDO ÍNDICE
—Apóstol Johnny —dices.
—Apóstol Johnny, ¿me oyes?
No hay respuesta.
Te tumbas boca arriba frente a la puerta principal, con el cuello en el umbral y la cabeza justo en la galería. Miras las estrellas. Hace frío. El viento susurra mientras sopla de forma infatigable alrededor del apartamento. Las estrellas también hacen ruido. Puedes oír su intenso zumbido mientras te envían luz a los ojos desde mil millones de kilómetros. Algunas estrellas guardan una distancia entre ellas de miles de años luz mientras tú
las puedes observar de un vistazo. Un embudo de hilos de luz de propor ciones intergalácticas termina exactamente en tu pupila.
—Apóstol Johnny —le dices a las estrellas.
—Apóstol Johnny, ¿me oyes?
Pero ninguna nave nodriza envía una señal. Ninguna estrella que te haga un guiño, ninguna luna que caiga y te engulla en su luz blanca pla teada. La mano del apóstol Johnny permanece oculta en la oscuridad del cielo, sus dedos no aparecen y no te llevan con él.
DEDO PULGAR
Aunque estés en la planta doce, te llega el ruido de la obra. Una voz mascu lina, una radio, un taladro. El viento y los sonidos invaden tu casa a través de la puerta abierta y, cuando te paras en la galería vacía y extiendes la mano sobre la barandilla, puedes percibir la lluvia, a pesar de que, hasta donde puedes observar, el cielo se encuentre despejado.
No son gotas de agua lo que cae, es el Espíritu Santo. Innumerables y minúsculos Espíritus Santos descienden sobre la palma de tu mano y se alejan deslizándose en pequeños arroyos o permanecen allí como copos de nieve. Copos de Espíritu Santo planean hacia abajo y tú sientes una dicha tremenda. Te das la vuelta, dándole la espalda a la barandilla de la galería, e intentas inclinarte hacia atrás todo lo que puedes, abriendo la boca de par en par, de manera que el Espíritu Santo pueda entrar dentro de ti.
Sin embargo, en cuanto te inclinas sobre la barandilla, el Espíritu Santo se transforma. El Espíritu Santo, que no era sino suave agua y nieve, cae ahora del cielo en forma de chinchetas, hojas de afeitar y viejas tapas de lata. Te asustas e intentas cubrirte la cara con las manos. Pero el Espíritu Santo te corta, te rasga, cae a lo largo de tus mejillas y de tu frente y, de los incalculables cortes diminutos, emana sangre de un rojo intenso.
Entonces te rindes. Sientes que la parte superior de la barandilla se desliza por tu zona lumbar hacia tu trasero, el centro de gravedad de tu cuerpo se desplaza repentinamente hacia tu coronilla y te caes. Con la cabeza hacia abajo y los brazos abiertos terminas en la obra. —Apóstol Johnny, ¿me oyes?
Pero ninguna estrella se ha llevado nunca a nadie.