Uy, nenas, ¡dónde no habré estado yo! Me he dedicado al comercio toda la vida, aparte de los dos años que estuve en la fábrica de plomo, moldeando matrices de radares militares instalados cerca de Japón (lo sé porque nuestros chicos fueron allí y nos contaron que todo lo que fabricábamos acababa plantado al fondo del océano… ¡Menudo chasco!).
Tuve a mi hijo cuando cayó la Unión Soviética. Ya os podéis imaginar: por aquel entonces no había ni chispa de nada. Perdonad que hable así, como en nuestra tierra. Ya lo decía aquel italiano para el que trabajé unos meses: al venirse abajo la Unión Soviética, nos quedamos col culo per terra. Con el culo al aire, vaya. Vivíamos en el piso de mi suegra, y ni animales ni nada... ¡Ni una mísera gallina! Para conseguir leche había que hacer unas colas de miedo. Y yo con un niño pequeño… Tardaban meses en pagar los sueldos.
Para colmo, invertimos fatal y perdimos todos nuestros ahorros. En aquellos años, con el tema de las privatizaciones, todo el mundo andaba chanchullo arriba, chanchullo abajo. Total, que me dio por decirle a mi marido que me iba a Piter, a San Petersburgo, a ver si podía comprar algo para venderlo por aquí. Dicho y hecho. Unos mil euros gané. Y como vi que allí los productos los traían de Estambul y Pekín… De Beijing, sí… Pues eso, que pensé: «Si estos traen el género de allí, será por algo… habrán hecho cuentas y les saldrá más barato. ¿Por qué no voy directamente adonde los turcos y me evito el rodeo por Piter?».
¡Por el amor de Dios, nenas! ¿Vosotras veis lo sucia que está esta alfombrilla? Perdonad, ni se sabe cuánto hace que no viajo en tren, pero ya veo que no ha cambiado desde los ochenta. Esta alfombrilla está para tirarla. Yo voy ahora a recoger el carné rumano, que con esta guerra nunca se sabe… igual lo necesito. Los papeles los eché en una oficina del centro. ¡Jesús! ¡Menudo cardo el funcionario que me los examinó…! ¡Ni que le hubiera hecho algo, caray! Aunque, en realidad, desagradable era con todo el mundo… Igual ahora ha cambiado la cosa, habrán contratado gente joven. El caso es que le dije: «Mi abuela está enterrada en Rumanía, en el mismo Râmnicu-Vâlcea».
Mi abuelo volvió a casa en el 44 para recoger sus bártulos después de que ambos emigraran a Rumanía, pero los rusos cerraron la frontera. Once años pasaron sin verse y sin escribirse, no había manera. Hasta que no murió Stalin no les dejaron visitarse. Perdonad, ya he vuelto a emocionarme. A lo que iba: para entonces, mi abuelo ya vivía con otra mujer, y habían tenido un hijo. Murió un año después de que volviera mi abuela a Moldavia. Un ataque al corazón, ya veis. Sesenta y seis años tenía, los mismos que voy a cumplir yo ahora mismito. ¡Pero ojo, que aquí una servidora no lleva intención de espicharla!
Debe de haberme subido la tensión, por eso me he emocionado. Yo no sé por qué, pero en cuanto me sube la tensión, me pongo a moquear como quien no quiere la cosa.
Ya se me ha olvidado lo que estaba diciendo. ¡Ah, sí! Estambul. El primero en ir fue mi marido, pero no trajo más que baratijas... Sujetadores de mala calidad, una pomada apestosa que ni siquiera podías untarte en los labios… Total, que dije: «¡Anda, deja, que ya voy yo!». Por aquel entonces, estaba de moda el cuero, así que me puse a comprar cazadoras de cuero. El problema era que los turcos te enseñaban un género en el escaparate y luego te colocaban otro en la bolsa cuando comprabas. Las tallas no coincidían, y cuando me quería dar cuenta ya era demasiado tarde... ¡Me iba a salir joroba de tanto darle a la plancha para enderezarlas! Pero el turco erre que erre con que los operarios trabajaban por la noche y cogían las piezas de la primera talla que encontraban, y que a menudo confundían la parte trasera con la delantera por puro insomnio. ¡Acabáramos! Entonces pensé: «¡A ver si ahora resulta que vamos a ser más tontos los moldavos que los turcos!». Teníamos la mayor fábrica de cuero de la Unión Soviética, pero a falta de un director en condiciones… Todo se fue al traste al mismo tiempo que la Unión. Y se me encendió la bombilla: «¡Ya está! ¡Compro cuero y lo coso yo misma!». Yo apenas sabía coser un botón, pero aprendí. Al principio no quise comprar cuero del caro, hasta que el turco me dijo que, si no, no tenía sentido. La cosa salió bien… Las vendía en el mercado. Hasta que el cuero pasó de moda.
Fue entonces cuando empecé a ir a Pekín para comprar plumíferos. Y, sí, las calles principales eran una maravilla, todo arreglado y lleno de flores… Pero, en cuanto te metías por una calle lateral, un pestazo de mil demonios… No debían de tener alcantarillado, ¡vete tú a saber! De lo que más me arrepiento es de no haber ido a visitar… ¿cómo se llama? La tapia esa… ¡La Muralla China! Siempre decía que a la próxima sin falta… y estuve siete veces en Pekín. Pero nada. Habría tenido que dejar la mercancía en alguna tienda y no quise pagar el alquiler… Luego vinieron los problemas de salud y no me quedó más remedio que cerrar el negocio…
Sí, nenas, al final las hormonas son las que te permiten trabajar, desde que te levantas hasta que te acuestas todo depende de ellas. Yo tuve problemas de tiroides y no pude seguir dando el callo. Desde entonces, empecé a escuchar al doctor Berg. El americano, sí, pero lo escucho traducido al ruso. Yo creo que van a terminar matándolo, porque no tiene pelos en la lengua. Dice que la carne de vaca tiene que ser de vaca de la buena, de una que haya visto la luz del día y pastado al aire libre. El corazón y el hígado de vaca son lo mejor que hay, lo ideal es comerlos una vez por semana, ¡una fuente de vitaminas grasas y hierro! ¿Qué? ¿Ya hemos pasado la aduana? Menos mal que no me han revisado el equipaje, porque traigo unos huevos para mi hermana... Ah, ¿hay otra aduana? Pensaba que con lo del cambio de ejes ya estaba. ¡Dichoso tren! Espero que no me los quiten, la pobre se pirra por los huevos de mis gallinas, me llamó para pedirme que le trajera una docena...
Nosotros comemos huevos todos los días, un par cada uno. Los pongo en la sartén con una chispa de tocino… grasa saludable, ¡no como esa porquería de margarina y esas grasas vegetales! Ya con eso aguanto hasta las cuatro sin comer. La fruta, con moderación. Pan y patatas, nada, tal como recomienda el doctor Berg. Mi marido tiene diabetes de tipo 2 y sigue esa dieta. De 120 kilos ha bajado a 90. Tenéis que escuchar al doctor Berg, buscadlo en internet.
Sí, nenas, estuve en Dubái, y aún recuerdo ese hotel con forma de velero. ¡Y qué colorido todo! ¡Hasta la última mesa, hasta la última silla, hasta la última pared te daba alegría! No como aquí, con estos colores polvorientos… ¡Menuda piltrafa de tren! Recuerdo que vi un camión llenito hasta arriba de rosas rojas... Nunca había visto tantas rosas juntas. No me entraba en la cabeza. ¿Para qué tantas? Pues resulta que pregunté y me dijeron que allí ponen flores por todas partes cuando se reúnen los jeques. Hacen unos arreglos que no veas. En Dubái, cuando nace un niño, le dan cincuenta mil dólares. ¿Os imagináis, nenas? Ojo, solo los nacidos allí tienen derecho, un tercio de la población. Las dos terceras partes vienen de otros países, sobre todo de la India, y trabajan para los autóctonos. Por lo visto tuvieron un jeque dispuesto a repartir con sus súbditos. También fui de safari. En Dubái estuve más que nada de excursión; en China y Turquía, por trabajo. ¡Una tiene mucho mundo, no os vayáis a creer!
Nenas, de donde una no está a gusto, lo mejor es marcharse. Yo viví mucho tiempo en una casa en la que no me encontraba bien y, mira tú, fue mudarme a la nueva y empezar a sentirme distinta, como si hubiera sido mi hogar desde siempre. Construí hasta una planta para el taller, aunque quién sabe si volveré a trabajar. Lo más importante es el aislamiento. Producir calor es una cosa, pero mantenerlo… ¡ahí está la clave! También puse unas ventanas un poco más oscuras. Lo malo es que, en cuanto pega el sol, hace un calor de mil demonios. ¡Ah! Y paneles solares. Los traje yo misma de Taiwán, no quise conectarme a la red. Mi idea es poner geotérmica. Gas no uso. La casa sigue en construcción, y eso que ya llevamos en ella la tira de años.
No como los vecinos, que en dos años ya se construyeron las suyas. A base de dinero robado, claro, de ganarlo con el sudor de sus frentes ni hablar. Yo mentiras no cuento, siempre he pagado religiosamente mis impuestos, no quiero problemas. Pero lo que son los vecinos... en dos años terminaron sus casas; y porque tenían que esperar a que se secara el cemento, que, si no… las levantaban en menos que canta un gallo. En un día, vaya. El uno juntó dinero para Plahotniuc,1 y el otro, creo, le echó una mano. De verdad os lo digo. Les dio por asfaltar la calle y nos pidieron dinero, pero ¿por qué iba yo a pagar por algo que tendría que construir el ayuntamiento? ¿Y qué pasó? Pues que, en cuanto terminaron, nos bloquearon el acceso a casa. Aparcaron el tractor allí, los muy… «¿Y ahora cómo quieres que entre en casa, hombre?», les digo. Total, que llamé a la policía, llamé al ayuntamiento… y en todas partes me decían que no sabían nada, que no les constaba ninguna autorización para asfaltar la calle. ¿Cómo no iba a haber autorización? ¡Si no puedes mover ni un dedo sin permiso! Habrían untado a alguien del ayuntamiento para que hiciera la vista gorda.
El caso es que quise poner agua corriente, conectarme a la red, ¿y sabéis cuánto tardé? ¡Nueve meses nada menos! Un mes para cada firma. ¡Y aún parece que te están haciendo un favor cuando te la conceden! Ahora me quedan siete metros por excavar hasta la red de alcantarillado, pero resulta que solo pueden hacerlo las empresas con licencia, y mi hijo se dio cuenta de que todas las ha fundado gente del ministerio, o sea, caraduras puestos a dedo, familiares de uno y de otro… igual que en los tiempos de Plahotniuc. La una me pedía tres mil euros por excavar siete metros; la otra, veinte mil lei; la de más allá, quince mil. ¡Por siete metros de nada! Los excavaría yo misma si no hiciera falta autorización de Apă Canal. Seguro que hay gato encerrado, deberías investigarlo, tú que eres periodista. En Alemania pagas mil quinientos euros y te conectan el agua al momento; pero yo ya he soltado dos mil y aún nada. En Rumanía hay una ley que dice que ahora ya no tienes que pagar un céntimo por la conexión, el Estado corre con los gastos.
¡Jesús bendito, los rusos! ¡Qué manera de bombardear Ucrania estos días, por Navidad, por Año Nuevo...!
¡Y van y envían a sus soldados sin calzado de su talla y con comida caducada...! Aunque la verdad es que tampoco me sorprende, así han tratado siempre a la gente. Cuando llegaron en el 44, arrasaron con todo. No hicieron más que robar.
Mi bisabuelo murió en la guerra de Japón. En 1905.
En cuanto empezó la guerra, llamé a mi hermana a Rumanía para decirle que, si pasaba algo, me marchaba a su casa.
Cogí unos cien plumíferos que me quedaban en el garaje, nuevecitos, sin estrenar, y se los di a los refugiados. ¡Jesús de mi vida! Algunos llegaban con una triste bolsa de plástico en una mano y un niño en la otra... ¡con el frío que hacía! Los pobres, me refiero, porque al principio quienes llegaban eran sobre todo los ricos.
¿Qué pasa? ¿Te has dormido? Me voy a echar yo también, aunque no sé yo… a las viejas nos cuesta coger el sueño en estos colchones y con tanto ruido...
1. Vladimir Plahotniuc (1966-) es un oligarca y político moldavo que llegó a ocupar el cargo de vicepresidente del parlamento de la nación entre 2010 y 2013. Considerado durante años como el político más influyente de la República de Moldavia, abandonó el país tras la crisis constitucional de 2019 entre acusaciones de malversación de fondos. (N. del T.)