Ya sabes que me llevé a los niños, la ropa, las cosas del baño, la comida eco lógica dividida en pequeñas porciones dentro de esos táperes de colores chillones de Benetton, me llevé también sus libros, porque de noche sólo puedo convocar el sueño de Rogério mediante la lectura, y no son raras las veces en que se despierta horas después con una pesadilla estrangulándole la nuez, y yo lo abrazo, como te abrazaba a ti, Rita, cuando hacíamos un nido tan perfecto que quien nos viese desde arriba podría confundirnos fá cilmente con uno de esos símbolos chinos en blanco y negro, esos donde se explica la inmortalidad y su complementario infinito, y él, en mis brazos, hace otro infinito sólo que ligeramente más pequeño y poco a poco vuelve a dormirse, a veces llamándote a ti, Rita: mamá, mamá, y yo tengo que de cirle la verdad por mucho que eso ahora duela, entiendes, sé que lo entien des, a fin de cuentas el futuro está lleno de divanes en los que regurgitar la infancia, ya no es como antes, que uno se llevaba los traumas de la cuna a la tumba en una procesión de cicatrices, y yo le digo, bajito, que duele menos, que mamá es mala, Rogério, mamá, en el fondo, es mala.
Cuando recibí tu último e-mail, en el cual me tratabas como si vieras en mí al mayor de los criminales, me sentí fatal, Rita, porque no creo merecer de ti ese desprecio calcinado con el que valoras todos mis actos terrenales, in cluso aquellos, y sobre todo aquellos, que nos conectan el uno al otro, quizás ya nunca más en esa disposición de cornucopia asiática por la que se prisma el infinito, pero igualmente próximos, aunque sólo sea por los críos y el perro debo decirte que ya no volveré a cortarle una pata a Nero, fue un error en todos los niveles y ya le pedí perdón a los niños, incluso aproveché la ocasión para hablarles de la sangre y de lo importante que era, y cómo todos estamos sujetos a un sufrimiento sin reglas ni aviso previo, y que no somos ni mejores ni más listos que los antiguos griegos, sobre quienes la vida descendía torrencialmente en un aguacero de dagas, y la verdad es que el animal tampoco quedó tan mal, puede andar, aunque siempre en pri mera, y la pata no me sirvió de nada porque cuando fui a Correos con ella en el bolsillo para enviártela me di cuenta de que no tenía dinero para uno de esos sobres acolchados, y el hombre no aceptó enviar eso en ningún otro: que se rompería, decía, para que veas que todavía quedan profesiona les y siento que quizás deberías regresar al territorio abandonado de nuestro pasado reciente y hacer una excavación arqueológica del por qué me quisiste, del cómo y del cuánto, y aunque vuelvas de ahí con cosas muertas en las manos, por lo menos podrás sacar de todo el proceso el recuerdo de nuestra relación, y empezar a ser, aun sin sentirlo, un poco cari ñosa conmigo, a ver si no pasan más desgracias.
Hoy mismo, si por un casual te entra curiosidad por lo que hacemos para divertirnos, mientras tú sólo sabes encerrarte en casa para digerir todo ese odio en e-mails que, por su extensión, se parecen más a sumas teológicas, y que yo leo sólo hasta la séptima línea más o menos, mortalmente aburrido por esa letanía repetitiva con la que recreas cíclicamente una primacía sobre la vida de nuestros hijos que no te reconozco, dime tú si están o no bien conmigo, Rita, si no los sé hacer felices de un modo que a ti siempre te será inaccesible por ese apego a la etiqueta pe dagógica con la que te arruinaron la infancia, Rita, que conmigo se ríen, se ensucian y aprovechan la energía propia de los niños para perseguir a los polluelos de gorriones que llueven de los árboles y a los que, uno a uno, retorcemos sus pequeños pescuezos para salvarlos de morir congelados o en la boca de un gato, y tú nunca serías capaz de hacerlo porque te dan alergia las decisiones que nacen de la tensión entre los extremos, tú que, en el fondo, eres una cagueta, Rita, tú que sólo me gritas porque sabes que siem pre habrá en mi cuerpo un órgano calibrado para resonar con tu voz, pero no creas ni por un segundo que estoy en tus manos, Rita, porque yo soy libre como la luz del sol y ni siquiera el manto opaco de la noche podrá jamás anestesiar mi eterno retorno, Rita y hasta me atrevo a imaginarte, angustiada detrás del monitor, sin ningún interés por saber de nuestra alegría y soltando en casa a los sabuesos de la policía informática para que intenten, por el olor de los caminos IP que han recorrido mis mensajes, triangular mi presencia en España o en Ámsterdam, cuando yo, Rita, le di el biberón a firewalls de estados demo cráticos en aquellos tiempos en los que éramos felices y yo me ganaba bien la vida, y salíamos de casa para irnos a las Maldivas como quien se va a Badajoz a descubrir un sol más pardo.
Más allá del quinto pino, Rita, como te refieres a este lugar en esa última misiva que no hay quien se trague a partir de la mitad, cuando te puede ese descontrol posesivo de querer que todo sea tuyo, vamos llevando esta vida irresponsable según tu criterio, tan poco meditado, por el que crees que lo tienes todo bajo control y nada se te escapa, pero nosotros nos lo pasamos bien, Rita, ojalá pudieras hablar con los críos, y hasta te dejaría hacerlo si no fuese porque los llenarías de lamentos y mentiras, como esa primera y última vez, cuando les aconsejaste que huyesen de ese loco y que pidiesen ayuda a desconocidos, Rita, Rita, qué clase de madre le aconseja a sus hijos que cambien a su padre por un camionero cualquiera al que tal vez le gusten los chicos o chicas imberbes, Rita, y es por eso, y tú lo sabes, que no te permito ni un minuto más al teléfono con ellos, y es tan triste decir que no confío en ti, Rita, porque a fin de cuentas sigues siendo mi mujer, pero la verdad es que no me fío.
Si me vieses ahora, Rita, con el bigote afeitado como un chaval de treinta y pocos, vistiendo unas bermudas o unos vaqueros, lo contrario de aquellos trajes para ejecutivos en los que me embutía a regañadientes, ahora todo son sonrisas, Rita, una vida buena en la que el fantasma de la rutina escolar no atormenta a los niños, tengo veinte años menos y ellos diez más, y nos encontramos en este éter hertziano de la más pueril adolescencia, y todo está permitido y tú, tonta, no quisiste venirte, ni siquiera después de todos los mensajes que te envié suplicando que lo hicieras, que te animases a aceptarnos de nuevo en la integridad de una familia, y tú que no, que no, cuando me contestabas con lamentos que no soportabas siquiera la idea de dejarme volver a casa, en tu cabeza yo era un petrolero que iba derramando alquitrán por donde pasaba, y ni mis insistentes disculpas te hicieron re considerar, aunque fuese una sola vez, la naturaleza precaria del pasado y de los recuerdos, siempre relativos a un punto de vista que tú, ciega, postu labas como absoluto.
Y que te pegase no puede ser una excusa para todo, Rita, porque al fin y al cabo mi padre le pegaba a mi madre, mi abuelo a mi abuela y hasta tu tío, el del rubor permanente, le zurraba a tu tía y, que yo sepa, todas estas personas o siguen juntas o sólo la muerte ha podido separarlas, así que no me vengas con que unos pisotones ocasionales para disciplinar tu osadía bastan para ponerme de patitas en la calle bajo amenaza policial, tú que buscabas la confrontación con la aspereza de tu carácter, y no me intentes hacer creer, Rita, que ignorabas a qué sabía el enfrentamiento entre un hombre y una mujer, sobre todo cuando esta última insiste en la fantasía comunista de trasladar toda una comunidad al seno del hogar para que juzgue decisiones que, cuando se dan entre un hombre y una mujer, sólo a ellos les incumben; pero tú fuiste perdiendo la noción de intimidad poco a poco, en un proceso decadente de exposición pública, y le mostrabas al pa nadero, de refilón, un ojo morado o una magulladura en el brazo, y a la ma nicura, en su apogeo de cotilla, le desvelabas nuestros desencuentros en la cama, todo para que te dieran una palmadita en la espalda y volvieras a casa reconfortada con razones ajenas que convertías en muletas cuando, en lo más álgido de una discusión, siempre se te acababan los argumentos.
Estoy seguro de que fuiste tú quien mandó recoger a los niños, estoy seguro de que me despisté al enrutar uno de los múltiples mensajes que te mando para ponerte al día de nuestra vida sin ti, y que tú aprovechaste mi error para mandar a algún imbécil disfrazado de nativo a llevárselos de su cuarto, para que yo me volviese loco gritándole a todos los recepcionistas, gerentes y otras piezas anquilosadas de esta máquina centrífuga de la que salieron disparados mis bebés, pero más pronto que tarde me lo pagarás, Rita, os perseguiré hasta encontraros para que veas cómo, si les dan a elegir, vendrán corriendo a mí como perro que acude a su amo, Rita, y te corrom perás en una última humillación pública al ser ignorada como madre, puede que hasta sea lo mejor, Rita, puede que así aprendas de una vez por todas.
Hay días que no me tomo las pastillas para no dormirme, y he pirateado todas las compañías aéreas habidas y por haber con la esperanza de ver sus nombres en una hoja de vuelo, aunque sea camuflados con el envoltorio de un seudónimo, y nada, Rita, no sé muy bien qué pensar de todo esto y a la vez me niego a aceptar eso que dices en tu último e-mail, donde niegas, una vez más, tener ninguna responsabilidad en su desaparición, y por si te inte resa, Nero murió, quizás de aquella infección de la que nunca llegamos a tratarlo, y lo tengo ahí al pie de la puerta como uno de esos cojines alarga dos que se ponen para no dejar pasar el aire, y no sé qué les voy a decir a los niños cuando me pregunten por él, quizás podríamos inventarnos alguna mentira entre los dos para no verlos sufrir ante un duelo tan inesperado, ¿no crees que sería lo mejor, Rita, no lo crees?
Hoy mismo hubiera jurado que los he visto cerca de una heladería donde solíamos tomar el postre, y no te lo vas a creer, pero cuando los cogí de las mangas eran de pronto otros, mucho mayores y de piel más oscura, y no sé dónde se metieron nuestros hijos, quizás eres tú la que los tiene ahí gracias a la complicidad de esta gente que me detesta
en sus ojos veo el rastro de la extrañeza con la que me señalan antes incluso de apartarme del camino con un choque de hombros haces una triangulación especular con todas esas cámaras y focos de seguridad y te entretienes iluminándolos un poco por todos lados para que yo, en una precipitación felina, me lance a la caza de esos espectros, a veces me pegan porque no comprenden mi necesidad, mi anhelo de volver a tener a mis hijos conmigo, pero tú lo entiendes o no lo entiendes, Rita, y si lo entiendes por qué sigues haciéndolo.
Llegaron y se llevaron a Nero, y no me pusieron en la calle a mí porque soy extranjero y aún me queda algo de dinero con el que untar sus manos co rruptas, y por el respeto que le tienen a la cuenta corriente que engorda cí clicamente y que yo vacío a golpe de Visa, todo va bien por aquí, ahora, Rita, ya lo sé, ahora las cosas tienen sentido, como si el olor del perro me hubiera llenado el cerebro de una niebla que se ha retirado súbitamente, y ya logro pensar, por fin, ya lo tengo todo claro, es una epifanía, te lo puedes creer.
Cuando los meto dentro del coche se piensan que me van a chupar la polla como hacen con los otros turistas, pero yo me apresuro a deshacer el mal entendido con la expresión honesta de una sonrisa, que yo no soy como los demás, les digo, y que nunca sería capaz de hacerle eso a un hijo mío, y ellos se quedan medio aturdidos y algunos incluso intentan salir del coche, pero yo tengo las puertas cerradas y el dorso de la mano para devolverles el so siego y el llanto, y arrancamos, enfilamos la carretera y seguimos hasta otro cuarto de hotel a las afueras de la ciudad y ahí se tranquilizan porque pien san, en el fondo, que sigue tratándose de algo sexual, y habitan en ese terri torio de bienestar hasta que los amordazo y ato a la cama, y para entonces ya es demasiado tarde para llorar, para gritar, sólo les queda estremecerse como si tuvieran frío en este país donde nunca, pero nunca jamás, hace frío, y entonces cojo mi bisturí y empiezo a intentar buscar debajo de su piel las facciones de Rogério o de Rita, supe que ellos nunca habían salido de aquí cuando empecé a verlos por todas partes, y no hay nada ilusorio en este proceso, tan sólo habilidad adquirida de ver la carne bajo la carne, y ahora ya sé que ellos están por doquier y que basta con saber cómo
aunque yo nunca he sido muy hábil con las manos, como sabes y basta saber cómo devolverles la forma, a veces hasta creo que lo he conseguido, pero tres días después me doy cuenta de que no y tengo que deshacerme de esos y conseguir otros, por suerte eso aquí es fácil, ni te ima ginas cuánto; sólo te pido un favor, Rita, el último: si tienes corazón, mán dame una foto suya, por el amor de Dios, que hay días en que todas las formas me parecen iguales y otros en que se me olvidan muchas cosas, y si lo haces, cuando los recuperara te dejaría hablar con ellos por teléfono, sabes, si pudieras entender su voz, porque ellos, al crecer, han cambiado mucho, Rita, han cambiado mucho.