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Borrado de memoria
El humano
—¿Cómo te llamas? —El hombre que me interroga definitivamente no es un mago. Humano, por supuesto, tampoco—. ¿Recuerdas al menos tu nombre?
No, en este momento no, aunque no voy a hacer cundir el pánico, porque sé que todo esto simplemente lo estoy soñando. Me parece que estoy en una habitación para enfermos. Estoy tumbado en una pequeña cama y tengo los brazos vendados hasta los hombros, como una momia. Junto a mí está sentado un hombre joven, tan joven que casi podría decir de él que apenas es un muchacho, pero, aun así, parece alguien importante, se dirige a mí un tanto formal, por lo que decido denominarle en el sueño como hombre joven. Tiene las orejas de un largo tan surrealista y tan grotescamente puntiagudas que sé que todo esto en realidad no está sucediendo... que no puede estar sucediendo.
El hombre asiente, si bien no he dicho nada, farfulla algo y saca de algún lado un cuadernillo en el que apunta con una letra inusualmente legible: No recuerda su nombre. A continuación, aparta la mirada del cuadernillo y me examina una vez más:
—¿Cómo te sientes, chico?
Dejo que el eco de su voz rellene mi cabeza hasta que las palabras pronunciadas adquieren un significado para mí: así que me pregunta cómo estoy. Sus orejas me confunden. Descubro que también me molestan sus alargados ojos verdes, porque son demasiado... alargados... y verdes. De nuevo recuerdo que me ha preguntado cómo me siento.
Le respondo que me siento bien. El hombre anota: Estado: bueno (ligeramente desorientado). Arrugo la nariz.
—No estoy desorientado.
Negación.
—¿De dónde has venido?
No lo sé. No lo recuerdo.
Me mira inquisitivo.
—Eres humano, ¿verdad?
No digo nada.
Por suerte, ya me está realizando la siguiente pregunta:
—¿Qué es lo último que recuerdas?
Como si no me pudiera controlar, de repente cacareo esta terrible frase:
—A mi reflejo le falta algo.
¿Pero por qué he dicho esto?
—Antes de la habitación blanca. —El hombre especifica con mayor exactitud su pregunta. —Soy humano, sí —suelto confuso.
Cruzamos una mirada torpe y, luego, el hombre apunta: Percepción ralentizada (posible causa: infectio hominis).
Hago un mohín.
—Muchas gracias.
Al escribir, su largo cabello castaño le resbala desde detrás de las orejas, cubriéndolas, y me parece que ahora puedo pensar con mayor claridad, pero entonces se lo recoloca tras las orejas y me vuelve a confundir. Me pregunta:
—¿Cómo puedes recordar que eres humano si no recuerdas nada más?
Me encojo de hombros.
—Eh... ¿no es obvio? —Aunque, de hecho, no lo es—. No sé... simplemente lo sé.
Al igual que nací en un cuerpo de humano, nací con la certeza de que sencillamente soy humano; lo uno acarrea lo otro. Pero si no eres humano, no lo entiendes, así que no me apresuro a aclararle el asunto a este anotador inexistente y censurador.
Pero este, milagro, entiende en parte lo que quería decir:
—Entonces enumérame todo lo que te queda completamente claro.
—Eeeh, bueno, las cosas básicas... —Intento componer una especie de lista en mis pensamientos, pero justo en este momento todo en mi cabeza se vuelve gris sobre gris—. Soy mago, pero sin magia. —Para ganar algo de tiempo para pensar, le digo también lo que ya he dicho una vez—: Mmm... y en estos momentos estoy durmiendo en una habitación para enfermos, soñando. —Ya que solo estoy soñando y no tengo nada que perder, añado también—: Y parece que a sus orejas les hubieran sacado punta. —Cada vez me parece más divertido charlar así, sin cortapisas y de manera totalmente honesta, con la imagen de un sueño, por lo que agrego—: De vez en cuando oigo unas voces que no vienen de ningún lado.
Aquí termino y miro lo que escribe.
Estimo una edad de entre 14 y 15 traslaciones solares.
Habitación blanca – sin efecto. El chico no ha logrado sumergirse en sí mismo lo suficiente como para encontrar sus recuerdos. (¿?)
Borrado de memoria incompleto: no recuerda nada de su vida anterior.
No posee ningún tipo de conocimiento sobre los seres de la magia o sobre las circunstancias actuales. Sabe que es humano y qué significa eso. Sabe quiénes son los magos, pero no conoce a los elfos. Parcialmente socializado (tiene todos los conocimientos básicos: capacidad de habla y capacidades motrices desarrolladas).
Cree estar experimentando ilusiones nocturnas (síntoma de la enfermedad de humanidad). Trastorno de la concentración.
¿¿¿Oye voces???
¿Por qué ha dejado de escribir?
—¿Puedes describir con mayor precisión a qué te refieres con las voces que oyes ocasionalmente?
Sus ojos se vuelven aún más alargados y aún más verdes, y sus orejas, tan puntiagudas que se me clavan en los ojos. Normal que no me pueda concentrar. No tengo ningún trastorno de la concentración, maldita sea.
—No hay voces. Solo me lo había parecido.
¿¿¿Oye voces??? El hombre tacha la última frase y yo vuelvo a leer la anterior. Cree estar experimentando ilusiones nocturnas —ajá, un sueño pues— (síntoma de la enfermedad de humanidad).
... Entonces... Espera un momento. ¿Ahora qué?
Sabe leer aunque sea humano. Lee sobre la marcha estas anotaciones. Lo alteran de manera visible. Es capaz de experimentar emociones. Orientado.
Se detiene. Me mira precavido, como si tuviera la intención de preguntarme algo... algo que preferiría no preguntarme.
—¿Has oído hablar alguna vez de los desalmadores?
Cruzamos una mirada torpe.
—Tendremos mucho trabajo contigo.
¿Qué está pasando?
La sensación de estar soñando se disipa tristemente y todo a mi alrededor se vuelve demasiado claro, nítido, definido... Esas dos orejas siguen ahí. Y yo sigo sin poder recordar mi nombre. O de dónde provengo. O cualquier otra cosa.
Me parece como si me tuviera que tumbar, aunque ya esté tumbado. Me parece como si no recibiera suficiente oxígeno, aunque respire con completa normalidad. Me parece, me parece como si... ¡si tuviera que huir urgentemente de aquí! Me ahogo, el corazón me golpea furibundo contra las costillas, por todos lados veo colores danzantes que gritan y me gustaría gritar a coro con ellos, me gustaría gritar bien alto, pero en realidad no emito ni un suave silbido.
Mi interlocutor advierte que algo me reconcome y le parece obvio que pueda tocarme: me pone la mano en el hombro. Me encantaría sacudirle, pero, en lugar de ello, me pierdo en algún lado para no sentir más el desagradable roce.
Me dice algo, pero no lo oigo, pues las voces esas vuelven a irrumpir desde algún lado, repitiendo por todos lados la palabra «desalmadores». Cada vez que la oigo siento como si alguien hurgara con una sierra en mis entrañas. ¿Pero por qué me la habré aprendido? ¿Por qué no se marcha y por qué suena como una especie de palabrota?
Por suerte, el hombre joven por fin se impone a los alaridos en mi cabeza, ahora lo oigo, su voz es calmada.
—No temas. Nadie te hará nada malo —me persuade, y yo lo escucho temblando, pues sus palabras son lo único a lo que de momento me puedo aferrar—. Estás a buen recaudo. —Lo escucho con atención, pero obviamente doy una impresión ausente, porque inmediatamente después me pregunta—: ¿Me oyes?
No es especialmente alto, pero tiene los brazos musculusos, peligrosamente musculosos. Se apoya con ellos sobre mi cama amenazante, de modo que casi me roza el torso, pero por suerte me retiro a tiempo. Menos mal.
—Tranquilo, tranquilo; somos diferentes, eso es verdad. Y, aun así, nos parecemos bastante. — Sus ojos verdes resplandecen—. Aunque tú no te sacas punta a las orejas —bromea.
Ay, mierda, ¿he dicho eso también de verdad?
—Lo sé, es difícil aceptar que existen otros seres que obviamente no conoces. Probablemente no hayas sido socializado del todo, aunque tienes algunos conocimientos —me dice.
Lo miro atónito.
—Y la pérdida de toda la memoria probablemente sea aún más difícil de aceptar. Tan solo lo miro.
—Pero no te preocupes, nos ocuparemos de ti. Primero debes descansar, después te lo aclararemos todo, ¿vale?
Surge un silencio de muerte. Puedo oír el latido de mi propio corazón. ¿Es esto normal?
—En este momento solo se me permite decirte que te retendremos en la base... un buen tiempo. No temas por nada. Estás en una de las cuatro bases militares-educacionales del Batallón de Defensa, las cuales actualmente son los lugares más seguros para seres menores de edad en Inkrematera. Tampoco repetiremos más la prueba de la habitación blanca. Has estado encerrado en ella con el propósito de vaciar por completo tu cabeza, de que se te quedara sin pensamientos. Cuando no te quedase nada sobre lo que pensar, tu cerebro, creado de tal modo que debe reflexionar sobre algo todo el tiempo, se vería obligado a explorar el pasado olvidado. También pensábamos que ver tu propio rostro despertaría los recuerdos. Lamentablemente, no ha funcionado, porque no te faltaban lo más mínimo pensamientos sobre tus aprietos actuales. Probablemente tengas una imaginación bastante buena como para observar una pared blanca tanto rato. —El orejudo me remira con interés—. O pensamientos lentos —añade a continuación, como si esto le pareciera mucho más probable—. Te lo explicaremos todo en breve. Te ayudaremos. No somos tus enemigos, ¿me oyes? Estamos en el mismo bando. No temas. Todo saldrá bien.
Las palabras me traspasan como a una criba muy mala. Trato de entender que he perdido la memoria, y hasta este pensamiento se evapora hacia algún lado. No recuerdo nada, me repito en la cabeza, pero parece como si el pensamiento no fuera mío, como si entre nosotros hubiera una persona enteramente diferente.
—No recuerdo nada —digo en voz alta por si esto funcionara. Los recuerdos son lo que le faltaba a mi reflejo todo el tiempo. Yo era el que faltaba.
Como si mi interlocutor supiera en qué estoy pensando, añade juguetón:
—Es verdad que habrá que comenzar completamente desde cero, lo que no es necesariamente malo. Pero hasta entonces, hasta el nuevo comienzo, tienes que dormir bien. —Su mirada se detiene crítica en mis ojeras.
Antes de procesar de verdad que no sé dónde estoy, quién soy y qué está pasando —tan solo sé que a mi alrededor hay unos... seres—, el hombre me clava en el hombro un fino pinchavenas que probablemente esté cargado de poción somnífera, ya que al instante veo borroso. Me esfuerzo en mantenerme despierto tan solo durante un momento para mirarlo desafiante.
Inmediatamente después, caigo dormido.
Tampoco en sueños las voces me dejan en paz.
—Tal vez exista un modo de recuperar la memoria.
—¡SEGURO QUE EXISTE! ¡TIENE QUE EXISTIR!
—De hecho, ese hombre te ha mentido, porque no quiere que recuerdes lo que pasó antes de que acabaras aquí.
—¡Has perdido la memoria por los seres orejudos! ¡Ellos te han hecho esto!
—No confíes en ese hombre. No le creas ni una palabra. Tan solo quiere hacerte daño. —Quieren hacerte daño porque eres un mago con tara. Porque eres humano. —¡Y si quieres salvarte, debes vencer al sedante y despertarte en este instante! —¿No te parece que estás despierto?
—¿No te parece que oyes algo? ¿No te parece que alguien acaba de pronunciar en voz alta la palabra «memoria»?
—¡DESPIÉRTATE! ¡AHORA!
—Humano. Realmente es humano.
Supongo que me he despertado más rapido de lo que esperaban. O la poción somnífera no ha funcionado del todo. O me han puesto demasiado poco. Sea como sea, estoy despierto. Finjo dormir.
—Claro que no se va a... deshacer de él, ¿verdad? Es útil... aunque sea humano. Quiero decir, es útil porque es humano. —Reconozco la voz ligeramente confundida del hombre orejudo que antes ha hablado conmigo.
Durante unos instantes todo está en silencio. Contengo la respiración. Tan solo quiero oír que nadie me va a matar.
—Humano —murmulla tenue y sombrío para sí mismo un hombre mayor al que no conozco—. Por todos los dioses, ¿de dónde has salido?
Me parece que me lo ha dicho a mí. Pero aún no tengo claro si se va a deshacer de mí o no.
—Y, además, Guardián. —La voz desconocida suena tan lúgubre como si alguien acabara de morir—. Un niño humano que, para rematar, se ha convertido en Guardián precisamente en la víspera del eclipse solar.
De nuevo todo está en silencio durante unos instantes.
—¿No te parece eso preocupante, Tulip?
—Bueno, de hec...
—¿Acaso puedes imaginarte la catastrofe que se daría si por algún casual la unión definitiva de este niño y el protohuevo se diera durante el eclipse solar? —impreca horrorizado el hombre mayor.
—Oh, entonces lo dejará...
—Y dices que el humano no sabe nada. —La voz tétrica interrumpe de nuevo al hombre joven, a quien obviamente más que nada le interesa lo mismo que a mí—. ¿No sabe quién es, ni quiénes o qué somos nosotros, ni qué está pasando, ni quién o qué es él mismo, ni siquiera lo que le espera? Es decir, ¿nada de nada?
—Podría ser peor —se sonríe el orejón—. También podría haber olvidado hablar y caminar y... Bueno, es cierto que no es lo que esperábamos, pero quizás todo todavía tenga arreglo. —El hombre orejón habla en un forzado tono optimista, como si quisiera tranquilizar a su indignado interlocutor—. Si ejecutamos la unión definitiva justo tras el final del eclipse solar, el protohuevo aún tendrá en su interior poderes curativos, y existe la posibilidad de que el muchacho recupere la memoria. Nos facilitaría todo el asunto tanto a nosotros como a él.
Durante unos instantes todo está otra vez en silencio. En este silencio se acumula algo funesto.
—Tulip, ahora me vas a escuchar bien. —Ya su tono cortante me deja inmediatamente claro que de la memoria ni hablar—. Primero me gustaría recordarte que yo soy el que forja los planes aquí, no tú. Haremos lo siguiente y nada más: a las ocho y media de la mañana el Consejo de los Doce se reunirá en el Salón Marmóreo. Esto significa que en el transcurso del eclipse estára bajo la mirada atenta del Consejo y que este efectuará todos los análisis necesarios. Lo llevarás hasta el salón con una guardia armada. Como justo entonces tengo un asunto con dos Libras problemáticos, tan solo me uniré a vosotros una vez realizados los análisis y entonces le explicaré al humano lo que le quiera explicar. ¿Está claro? Lo más importante es que en el transcurso del eclipse el niño no abandone el Salón Marmóreo, bajo ninguna circunstancia. ¿Se ha reforzado la seguridad del huevo y se ha trasladado al lugar acordado?
—Sí, señor.
—Bien.
¿Pero qué huevo ni qué huevo? Quiero decir, ¿un huevo? ¿Qué dian...? ¿Están aquí todos completamente enfermos?
—La unión del huevo y este niño será ejecutada al amanecer del día siguiente, cuando, con total seguridad, el eclipse ya no tenga ninguna influencia sobre ella.
Cuando deduzco de las decididas palabras del hombre mayor que realmente nadie planea matarme, siento alivio. Pero en cuanto me tranquilizo, se altera el hombre orejudo:
—Pero... eso es dentro de veinticuatro horas... ¡entonces la unión ya no tendrá poder curativo alguno sobre el muchacho! ¡Así desperdiciaríamos la última oportunidad de que se libre del hechizo de borrado de memoria!
Me sobresalto, pero por suerte no lo notan. Aguzo el oído con atención. Ya sabía yo que aún podría recordar todo, lo sabía. Ahora el huevo este capta toda mi atención.
—Ni hablar. No podemos perder la guerra por los recuerdos de un mocoso humano.
—Pero entonces tendrá que explicarle absolutamente todo lo que existe, como a un bebé, de principio a fin, desde nosotros mismos hasta la guerra entera, el pasado...
—¿He dicho acaso que desee que el humano se acuerde de todo?
Se me corta la respiración. ¿Qué se supone que significa eso?
—Señor, por favor. Que no podemos trabajar con alguien que no sepa absolutamente nada. Además, quince traslaciones solares de su vida se irán a la basura, venga, vamos. Piense cómo se sentirá después.
—Es humano, Tulip —explota el hombre mayor con la misma decepción en la voz que si hubiera dicho mierda y no humano—. Que no tiene alma.